Los métodos de los criminales para escamotear recursos a la gente honesta, a través de la historia, han sido de forma esencial los mismos: engañar a la víctima, o violentarla. No deja tampoco de ser llamativo que los métodos para gobernar México, han sido los mismos: engañar a la población, o violentarla.
Ahora, una tipología más específica de los métodos delincuenciales sería copiosa: el carterista habilidoso, el bruto secuestrador, el defraudador encantador, “viudas negras” y atávicos violadores, sin olvidar a la despiadada cabra que se convierte en ser humano para robar autopartes (o ser humano que se convierte en cabra, según reportó Reuters desde Nigeria, en 2009).
El punto es que el gobierno de México condena los métodos delincuenciales (el engaño y la violencia), y decide curar tal mal, en la más pura tradición homeopática: con el mismo mal. Usa el engaño; usa la violencia. No hablamos aquí del engaño y la violencia como “últimos recursos”; los gobernantes, igual que los delincuentes, se van por lo que les parece el camino fácil: el camino de la sangre. No el del trabajo, el de la educación, el de la cultura; ese camino es penoso, tanto para hacerse de un patrimonio (en la mentalidad delincuencial), como para resolver el problema de inseguridad (en la mentalidad gubernamental).
Lo que cabe recordarle pues a los gobernantes, es que no estamos ante una solución rápida (la guerra contra la delincuencia organizada), y una lenta (fomentar el empleo y meter en orden el sistema educativo). Estamos ante agravar el problema (la violencia como método primordial), y la única solución estable.
Todo lo demás es engañar a la población, o matarla (los criminales también son pobladores). En el primer caso, podemos citar la producción Televisa-García Luna que muestra el poderío de la Policía Federal, que puede poner a temblar a cualquier ciudadano honrado, o bien la “rotación” de funcionarios que se iniciará en el Instituto Nacional de Migración, para reducir la corrupción, cuya efectividad será objeto de una columna posterior.
Es posible que el presidente Calderón crea de forma honesta, que desatar esta ola de violencia es el camino para limpiar a México de delincuentes; ahí su error sería la ignorancia; y es seguro que existen servidores públicos que intenten servir al país, a la par que se ganan el sustento; a ellos no corresponde definir la política criminal, y por tanto sólo acatan órdenes de aquellos que tienen la obligación de definirla.
Aún así, la ignorancia (en el mejor de los casos) del presidente de la República, lo hará un cándido, pero no le quita un ápice de responsabilidad por tantas y tantas muertes: es una ignorancia culpable. Con la disposición que tiene sobre los gigantescos recursos del Estado, ha preferido invertirlos en su juego bélico, y no en atacar las raíces, que son de oportunidades laborales y de educación. A ver pues a dónde vamos a parar.
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