Una entrevista muy interesante con Javier Sicilia publicó el domingo 14 de agosto de 2011 el Universal.
“El país está muy deteriorado. El corazón del hombre está muy oscurecido. La conciencia está muy idiotizada”
Consideramos que el discurso de Javier Sicilia ha tenido tanta incomprensión por su sencillez; no tiene ideas políticas vanguardistas, salidas de algún Instituto de Investigaciones Jurídicas de cualquier Universidad Nacional Autónoma de México; no entra a debates intelectuales, ni separa de sus discursos al amor o a la irritación. Con su simpleza confronta lo vacío de los políticos mexicanos; de nuestros intelectuales, y de nuestra propia indiferencia por el horror de país que hemos hecho.
Al poner en el centro de la discusión al corazón del hombre, nos increpa la participación en la masacre que vivimos; si no llevamos vidas rectas (previo discernir sobre qué es, ante la realidad, llevar una vida recta), somos ese pedazo de país que le roba a los demás la tranquilidad.
Sara Sefchovich, en su columna del mismo día en el Universal, y contra lo que nos tiene acostumbrados, no escribe sobre cómo le afectan los mensajes infamantes de sus lectores; en esta ocasión, hace un recuento de las diversas reacciones que generan los actos de Sicilia, en especial esa cercanía física con el otro. Besar a Manlio Fabio Beltrones, o tomarle el hombro a Felipe Calderón, han pasado a ser actos enigmáticos, en una sociedad donde hemos aprendido a estar en los vagones del metro, tan juntos, y tan separados.
Sicilia insiste en que sus símbolos remiten al significado traslúcido de los mismos; no hay comunidad alguna si no se siente al otro ser humano. No hay espacio común sin intimidad. Es una enseñanza propia del cristianismo primitivo, lo señala Sicilia, y de cómo lo retoma la propia espiritualidad jesuita, la cual también lo formó.
Hay muchas cosas aprovechables si los actos de Sicilia son leídos como una introspección; como una búsqueda de Sicilia para sí. Por supuesto, es una búsqueda que muchos compartimos.
No estamos acostumbrados a políticos, investigadores o intelectuales, que se declaren en blanco, en la ignorancia y la indefensión y corran a abrevar del otro ser humano. Mucho menos que reconozcan que las personas con nombre y apellido (y no las “instituciones”) les causen ira, felicidad o miedo. Parece sentir está proscrito del espacio público.
Enlace: http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/54221.html
.jpg)
