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lunes, 9 de mayo de 2011

El cartel del Golfo, con sus nuevos socios, dueños de Matamoros.

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En el reino del cártel del Golfo todo pasa por sus manos: piratería, alcohol, negocios, policías, militares, gobierno municipal, aduanas, prostitución, pornografía, migrantes, venta clandestina de gasolina y, por supuesto, trasiego de droga a Estados Unidos, en una de las plazas más importantes del país.

La maña, como se conoce aquí al cártel fundado por Juan Nepomuceno Guerra y dirigido después por Osiel Cárdenas Guillén, encarcelado en Florida, y controlado ahora por Jorge Eduardo Costilla Sánchez, El Coss, no sólo es un sistema económico que controla la entidad, sino una forma de vida, una expresión del tejido social.

Los convoys de camionetas del cártel controlan esta ciudad y los ejidos de Canasta, Longoreño, El Refugio, La Bartolina, Huizachal y Playa Bagdad, custodiada por militares. Su última alianza se llama cárteles Unidos, con La Familia Michoacana y el cártel de Sinaloa. Su poder, por encima del Estado, es absoluto y su forma de comunicación son las narcomantas. Hace unos días pidieron por esa vía a Felipe Calderón unir fuerzas para erradicar a Los Zetas, por el bienestar y futuro de las familias de México.

“Son los dueños de todo. Cobran piso a los negocios. Se apoderan de ranchos, empresas, casas, vehículos. Ellos mandan. Tienen comprados a los policías municipales, estatales y federales. Cuentan con cuerpos propios de policías, usan uniformes y patrullas clonadas, ponen retenes donde quieren. Extorsionan, matan y secuestran. Es la forma de vida aquí. Este es su feudo y no hay Estado”, dice un hombre relacionado con la seguridad, quien ha vivido en la ciudad en la última década y prefiere mantener el anonimato.

Al mes son deportados entre 6 mil y 9 mil migrantes. Anteriormente muchos de ellos se quedaban a vivir en Matamoros para tener la oportunidad de volver a pasar al otro lado del río Bravo, pero desde la guerra entre Los Zetas y el cártel del Golfo, por la plaza, saben que se han convertido en botín, en carne de cañón. La mayoría decide regresar inmediatamente a su lugar de origen.

Entran descalzos, con los tenis en la mano y una bolsa de plástico que contiene sus escasas pertenencias. Llegan expulsados a un país que también los expulsó por el hambre y la falta de oportunidades. Todos han estado presos unos meses en distintas cárceles de Estados Unidos. Su delito: ser indocumentados.

Son pocos los deportados que deciden ir a la Casa del Migrante, dirigida por el sacerdote Francisco Gallardo López. El miedo ha provocado una baja considerable de huéspedes. María Teresa Delgadillo los atiende: “Todos quieren volver. Juntan dinero para pagar al pollero. A los que se quedan en México, el religioso los ayuda con el pasaje. Las mujeres hablan a sus familiares y consiguen dinero luego luego para volver. Una, de mujer, nunca se olvida de nadie, ni de los hijos, ni de los hermanos, ni de los padres. Ellos batallan porque se olvidan de sus hijos, de sus esposas, de todos. Se agarran una gringa y ya. Luego pasan 20 años y no tienen ni a quién llamar”.

Enlace:

[] Noticia:  El cártel del Golfo, junto con sus nuevos socios, es dueño de todo en Matamoros

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