El columnista Saúl Arellano, ha llamado la atención sobre el problema a resolver; el Estado debe hacer frente a la codicia. Esto, como tendencia enraizada en el corazón humano, necesita tiempo, necesita atención; necesita una pedagogía, y una clara política que busque sensibilizar y atraer los sentidos y sentimientos de las personas. Las razones no llegan; a ese punto, en definitiva, no llegan.
“Aún con la importancia que le dieron los griegos […] toda decisión económica estaba sujeta a un fin mayor, ordenado por la Política (también con mayúscula), la cual no se entendía sino la aplicación de la Ética para garantizar, por ejemplo en Esparta, que las personas tendrían la posibilidad de llegar a ser los mejores seres humanos que podían ser.”
El problema es que los “amos de las tendencias invariables de las curvas”, que han asumido el poder global, lejos de estar movidos por un propósito mayor como el de los griegos, están al servicio de unos cuantos grupos de interés y representantes de poderes fácticos —algunos de ellos ilícitos como el narcotráfico y el tráfico de armas—.
Ante todo esto, es interesante observar cómo, en sociedades antiguas, se buscó controlar el desmedido poder destructivo de una de las pasiones más humanas: la envida y su derivada, la codicia. Resulta aún más interesante, si se considera que a la inversa, el capitalismo contemporáneo encontró en esta pasión a su principal factor de expansión […]
Ante todo esto, es interesante observar cómo, en sociedades antiguas, se buscó controlar el desmedido poder destructivo de una de las pasiones más humanas: la envida y su derivada, la codicia. Resulta aún más interesante, si se considera que a la inversa, el capitalismo contemporáneo encontró en esta pasión a su principal factor de expansión […]
La muerte y la enfermedad de cientos de miles de niñas y niños por desnutrición en un mundo con los recursos que hoy tenemos, no es una falla de los “equilibrios del mercado”; mucho menos un efecto indeseado de la “injusta distribución de los recursos” o los déficits del “desarrollo humano”. Se trata de un homicidio imprudencial provocado por la avaricia desmedida de unos cuantos.
Por ello, vale la pena advertir a quienes aún dudan que el Estado debe poner un “hasta aquí” a la voracidad del inclemente capitalismo global: es la codicia, ¡estúpidos!”
Por ello, vale la pena advertir a quienes aún dudan que el Estado debe poner un “hasta aquí” a la voracidad del inclemente capitalismo global: es la codicia, ¡estúpidos!”
El columnista es certero: los millones de pobres son víctimas de los criminales que no pensamos en ellos, y que consumimos de forma irresponsable. Por lo demás, es bastante curioso que los filantrópicos millonarios tengan un inmenso amor por los demás, y un espíritu pobre, que por supuesto, es tan excelso, que no los empuja a dar no sólo lo suficiente, sino dar todo lo que no necesitan.
“¿Por qué dar lo que no necesito? Si yo me lo gané…”
No se trata de regalar el dinero; más bien, el proceso por el cuál se acumuló es el que está lleno de injusticias. El acaparamiento es el mal social.
Tener sólo lo necesario requiere que se integre en un plan educativo. Rousseau, en el “Emilio”, ya señalaba, de manera ilustrativa, que al pupilo se le debe insistir que los pobres permiten que existan ricos, para que los ricos ayuden a los pobres; a más de siempre fijarse en que el pupilo no fuera apegado a los bienes materiales, ni ansiara aquello que no necesitara.
El consumo requiere educación; por supuesto, enseñar a los niños y jóvenes que no necesitan tanta tontería es un despropósito en un sistema neoliberal. Pero es ahí donde se ve que la lucha contra el crimen (¿acaso los narcotraficantes tienen toda una literatura apologética? Por supuesto que no: impactan las emociones y sentimientos con el dinero, y la posibilidad de un consumo ilimitado) es un desorden, sin un plan claro, sin estrategia a largo plazo. Una vacilada pues.
La columna: http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=598525