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viernes, 6 de enero de 2012

La república amorosa (de uno mismo) de Smith

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Mucho se ha discutido sobre si “el amor” tiene cabida en el discurso político o no. Que si una campaña por la moralidad de la sociedad tiene sentido, o es una estratagema demagógica (y esto último bien se vio con la “renovación moral” del presidente de la Madrid).
Poco nos importa, de momento, indagar en lo honesto o no de las palabras del candidato presidencial que sostiene estas ideas (López Obrador). Basta señalar que la idea no es suya, y él ha señalado como fuente de su pensamiento, entre otros, al reconocido maestro Alfonso Reyes.
Lo que nos gustaría señalar es si esa premisa, de que un cambio en la moral de la sociedad, tiene cabida o no en el discurso político; si a la política le compete el corazón de los individuos.
Partamos de lo que tenemos. Y lo que tenemos, un régimen político liberal, omite al sentimiento, por lo general, de su discurso. Se nos hace olvidar que, en realidad, este sistema se germinó como un sistema sobretodo moral, y sentimental, no racional.
Adam Smith, padre del liberalismo, fue educado por el gran moralista Francis Hutcheson, que colocaba a lo bello, lo estético, como cúspide del “sentido” ético (y la virtud como bella por naturaleza), y en ese sentido, ponía a la apreciación subjetiva, propia, individual, como el patrón directivo de la conducta.
Smith se separó, en el terreno moral, de lo estético, y fue más proclive a lo útil, como patrón moral, pero se mantuvo en el terreno subjetivo, en el “sentimiento”. Señala ya en su libro I de la Riqueza de las Naciones: “No de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras al interés propio es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento. No imploramos su humanidad, sino acudimos a su amor propio; nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”. Más adelante también señala: “La propiedad que el hombre tiene en su propio trabajo es la base fundamental de todas las demás propiedades, y por lo mismo debe ser el derecho más sagrado e inviolable en la sociedad. Todo el patrimonio del pobre consiste en la fuerza y destreza de sus manos, y estorbarle que emplee su destreza y sus fuerzas del modo que le parezca más a propósito, sin injuria del prójimo, es una violación manifiesta de un derecho tan incontestable”.
En realidad, Smith expone todo el desarrollo de su teoría moral en su obra “Teoría de los sentimientos morales”, pero quisimos mostrar sus rasgos en la obra clásica del liberalismo económico. En ambas obras, Smith una y otra vez nos remite al “sentimiento” (del bienestar propio), antes que a la racionalidad. Y al trabajo individual lo “siente” por encima de toda racionalidad (porque la razón todo lo cuestiona, pero precisa que esto debe ser “inviolable”, un dogma).
Una política liberal pues, es una política con una cierta moral. ¿Qué tipo de moral? Individualista; el poder “devuelve” (porque no es su origen), la libertad al pueblo, porque el criterio máximo de moralidad radica en la apreciación subjetiva de su bien: cada quién hace lo que siente que sea más útil. No quitamos el dedo del renglón: lo que “sienten” que es útil para sí mismos. No lo que saben que es útil, porque eso implicaría que no se permitiera la libertad a la gente que no tuviera “saber”, conocimientos. No razón, sino sentimientos. De aquí, al liberalismo económico, es un simple paso: el mercado debe tener la libertad de hacer lo que siente más útil. Y por sentir (dado que el mercado no es un ser real, sino ideal) podemos referirnos a lo que los dueños del capital sienten.
¿Porqué nos es fácil admitir una política basado en esta moral? Quizá porque no se nos presenta como moral, sino como “realidad económica”. “Así funciona el mundo”, como si el intercambio de bienes, el acaparamiento, la inflación y demás fenómenos económicos tuviesen sus temporadas naturales, como los huracanes.
Ya en este plano, quizá no se vea tan descabellado el que un político proponga otro sistema moral para el país: lo que hace es, con simpleza, ir a la fuente. Los políticos liberales se avocan a defender un subproducto del sistema moral individualista, la economía neoliberal. Nada más. Pero el político que se avoque a hablar de una moral fraterna, comunitaria, tan solo afirma, a diferencia de Smith, que deben prevalecer las relaciones económicas que apelen a la humanidad (al sentido colectivo, en cada uno de nosotros), y no a lo que sentimos que nos es útil a corto plazo. Este sistema político también fue insinuado como muy acorde a las necesidades del mundo, por la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI, nada más para señalar que no es patrimonio de ningún personaje en particular.

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