Nima Yushij, poeta muerto en 1960 cuyo verdadero nombre era Ali Esfandiyari, es considerado como el iniciador de la poesía moderna persa; también escribió en su idioma natal, el mazandanari o tabari, lengua más cercana al norteño idioma iraní giraki, que al sureño persa.
Gran parte de su estilo radica en dejar que la longitud de sus poemas fuera definida por la profundidad del pensamiento, y no por la métrica:
“Con mi poesía he llevado a la gente a un gran conflicto;
El bien y el mal; han caído en confusión;
Yo estoy sentado en una esquina, viéndolos
Inundé el nido de las hormigas”.
El poeta gusta de transmitir profundos sentimientos; impactar con mucha fuerza el corazón y la razón del lector.
Existe un poema suyo, llamado “La noche”, que creemos ilustra mucho la oscuridad en la que vivimos en nuestro país.
Es la noche
Una noche de profunda oscuridad
En una rama del viejo árbol de higos
Una rana croa sin cesar
Prediciendo una tormenta
Y yo estoy ahogado en miedo.
Es la noche
Y con la noche el mundo se ve
Como un cadáver en la tumba;
Y tengo miedo y me digo:
“¿Qué tal si cae una lluvia torrencial en todos lados?
“¿Qué tal si la lluvia no se detiene
“Sino hasta que la Tierra se hunda en el agua
“Como un pequeño barco?”
En esta noche de horrenda oscuridad
¿Quién puede decir cómo vamos a estar
Cuando amanezca?
¿La luz de la mañana hará
La temible cara de la tormenta
Desaparecer?
Podemos separar de forma perfecta tres elementos en esta terrible realidad mexicana de sangre y violencia: el primer elemento es el horror de los sentimientos de los torturadores, los asesinos, los sicarios, los policías y militares corruptos, los políticos insensibles; es tremebunda la oscuridad que irradian a toda la población. El segundo elemento es el efecto: el miedo.
Es la noche
Una noche de profunda oscuridad
En una rama del viejo árbol de higos
Una rana croa sin cesar
Prediciendo una tormenta
Y yo estoy ahogado en miedo.
Es la noche
Y con la noche el mundo se ve
Como un cadáver en la tumba;
Y tengo miedo y me digo:
“¿Qué tal si cae una lluvia torrencial en todos lados?
“¿Qué tal si la lluvia no se detiene
“Sino hasta que la Tierra se hunda en el agua
“Como un pequeño barco?”
En esta noche de horrenda oscuridad
¿Quién puede decir cómo vamos a estar
Cuando amanezca?
¿La luz de la mañana hará
La temible cara de la tormenta
Desaparecer?
Podemos separar de forma perfecta tres elementos en esta terrible realidad mexicana de sangre y violencia: el primer elemento es el horror de los sentimientos de los torturadores, los asesinos, los sicarios, los policías y militares corruptos, los políticos insensibles; es tremebunda la oscuridad que irradian a toda la población. El segundo elemento es el efecto: el miedo.
Nosotros tenemos miedo a enfrentar a esa oscuridad del ser humano; a esa profunda perversidad. O nos rendimos y pensamos en sobrevivir sin que nadie se meta con nosotros, pero tampoco sin ayudar a nadie, o de plano justificamos “transar para avanzar”, que es entrar de lleno a esa dinámica del torcido corazón humano. “Ahogados de miedo”, paralizados, no podemos dejar de pensar que por todos lados el corazón oscuro del hombre es igual, y la pequeñez de todo aquello que no sea torcido y perverso. “Hombre bueno tira a pendejo”.
Pero una situación así no puede sostenerse; el esfuerzo de la maldad, en todos nosotros, se agota también; quizá en ese sentido tan básico podemos coincidir todos que existe el tercer elemento, la esperanza. Pero no es una esperanza ilusa: “¿La luz de la mañana hará la temible cara de la tormenta desaparecer?”. Vendrán tiempos mejores, porque la crueldad humana, según el mundo la ha vivido, no es eterna. Pero esos mejores tiempos requerirán aún el esfuerzo y el cambio de sentimientos para traernos la paz: la tormenta pues seguirá, porque el corazón del humano no parece pueda mantenerse en la rectitud y en la bondad, pero el objetivo es vencer al miedo, el miedo a vivir de forma diferente, sin entrar a dinámicas perversas, para que esa tormenta ya no nos paralice: para que conozcamos que no toda la tierra será inundada: que podemos, a veces, arrebatar la sonrisa a estos carniceros.
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