Un reportaje sobre la vida de los antiguos romanos con relación a la nuestra se ha publicado en el periódico El País. La premisa es que, a pesar de deberles mucho de lo que es hoy nuestra cultura occidental, y de haber sido revividos por la televisión, en realidad no somos tan similares. Es un monumento a la banalidad informativa.
El trabajo es más bien superficial: según el reportaje, no somos similares porque las mujeres romanas casi no tenían derechos, porque creían en prodigios de la naturaleza, y porque tenían gladiadores y esclavos. Datos anecdóticos que perfilan a los romanos como una sarta de excéntricos, redundan en que sea más bien un orgullo el haberlos superado; una comparación burda entre la mentalidad antigua y la contemporánea, y véase si no: "Los romanos eran diferentes, no te quepa la menor duda; mientras nosotros debatimos sobre el boxeo o los toros, ellos no tenían ningún reparo en emplear la fuerza bruta, ni en convertir la violencia en espectáculo. Los devolvemos a la vida en la ficción, pero su tiempo ha pasado".
Para un análisis tan tonto, hubiera dado lo mismo comparar a la sociedad contemporánea (o a los ideales de la sociedad contemporánea) con cualquier otro pueblo de cualquier otro momento histórico.
Pero caigamos en el jueguito superficial: ¿en verdad el hecho de convertir la violencia en espectáculo está superado? Porque, en esta comparación infantil que se hace en el artículo, cabría señalar que también nosotros tenemos ese gusto por convertir la violencia en espectáculo, sólo que encontramos cómo hacerlo de forma ficticia, llámese cine o televisión.
Abundemos un poco más: convertimos a la violencia ficticia en espectáculo (cine, televisión, y también a la violencia real (nota roja); hemos integrado a la violencia como nuestro contexto en la vida (terrorismo, maltrato a migrantes en España; secuestros, “levantones”, “narcoejecuciones”…). Dice el reportaje que en Roma “la única manera de conseguir justicia era a menudo tener un buen patrón o una banda de amigos que te echaran una mano: sí, mafiosillo […]”. A diferencia claro de la actualidad, ya que si eres un don nadie sin conexiones tendrás el mismo acceso a la justicia que una persona influyente, ¿verdad?
A lo que vamos es que un artículo que juzga la antigüedad con criterios actuales, no puede dejar de tener un talante infantil; y aún en ese talante infantil, ya vimos que pudo haber sido realizado por un niño más bien limitado en el plano mental (y no por uno de esos niños genios), porque las comparaciones burdas que se realizan no se sostienen. Un reportaje de verdad miserable.
En la imagen: Calígula con su caballo/senador Incitatus, en la serie televisiva de la BBC, “I Claudius” (Yo, Claudio).