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domingo, 13 de marzo de 2011

La burocracia social.

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Por mera “curiosidad filológica”, decidí echar un vistazo a las páginas de derechos humanos en nuestro país, de los llamados “Observatorios”, de Organizaciones no Gubernamentales y demás, para leer sus artículos y sus objetivos.

Encontré lo siguiente:

“Objetivos: Fortalecer capacidades para la participación ciudadana en el trabajo de sujetos que cotidianamente están inmersos en procesos organizativos de interés e incidencia pública, desde el punto de vista de la ciudadanía. “Observatorio de política social y derechos humanos.

“Capacitación: a fin de facilitar la intervención de las y los jóvenes, las organizaciones e instituciones en el diseño e implementación de políticas y programas públicos orientados a la realización de los derechos específicos de las y los jóvenes, convocamos a un diplomado de actualización en estas materias.” Observatorio de derechos de los y las jóvenes.

Siempre he tenido la sensación de que los observatorios y ONGs, escriben para los muertos o para las máquinas.  Utilizan  una operación lógica, legalista, en la que se pondera la situación actual con lo que dicta alguna ley o tratado.  Son en su mayoría opiniones por completo aburridas, y sin peso. Conocen los tratados y las leyes pero su escritura carece de la fuerza suficiente para convencer o emocionar. Increíblemente, a estos observatorios les hace falta lo humano.

Escribíamos hace algunas semanas al citar un artículo de Agamben que en la amistad se encuentra el principio de la política. Y es precisamente, esa parte “humana”, la que le da sentido y valor al trabajo político.  La amistad puede ser entendida el con-sentimiento del  hecho de ser. De igual forma, podemos entender que todos formamos parte de una misma comunidad humana: con-sentimos con todos nuestro ser. Reconocerlo así, hace que se sienta cierta alegría al cooperar, y servir para que construyamos un lugar mejor para vivir, del que podamos, en suma, sentirnos orgullosos.  Ver el trabajo político de esa forma puede hacer que las palabras cobren fuerza, y saligan de esta maquinaria social. Son palabras que tienen peso porque son capaces de convencer.Convencen porque generan empatía con nuestros semejantes.

En el libro, La Edad de Hierro de J.M. Coetzee, su protagonista, discute sobre el papel de los jóvenes en los movimientos de resistencia al Apartheid, ella sabe que su postura es correcta, pero aun así reconoce las limitaciones de sus opiniones: " Me escuchó con educación. Tenía derecho a tener mis opiniones, me dijo. No lo convencí. Pero ahora me pregunto: ¿qué derecho tengo a tener opiniones sobre la camaradería o sobre cualquier otra cosa? ¿Qué derecho tengo a desear que Bheki y su amigo se hubieran mantenido lejos de los problemas? Tener opiniones en un vacío, opiniones que no afectan a nadie, es, me parece, no tener nada. Las opiniones tienen que oírlas los demás, oírlas y sopesarlas, no solamente escucharlas por educación. Y para que alguien las sopese tienen que tener cierto peso. “

No dudamos que en ese estado estén los escritos de las organizaciones de derechos humanos.

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