Es un dato por demás conocido que las figuras del toreo eligen las corridas que quieren lidiar, que tienen sus ganaderías predilectas y que por tener dicha condición de figuras, los empresarios están obligados a cumplir antojos de los coletas. Incluso se menciona que esta –a veces lamentable– situación se acrecienta en México. Se les recrimina a los toreros ibéricos que verdaderamente abusan de su condición de grandes lidiadores y eligen a bureles con poco trapío y excesiva nobleza, que rayan en lo que podrían ser novillos y que la bravura de la que carecen se sustituye por lo pastueño. Lo anterior provoca que los matadores extranjeros, se vean dominadores a cabalidad de un toro disminuido en su bravura y trapío. Y si sumamos esto al gran bagaje técnico del que gozan, en ocasiones se ven sobrados, tal si fuera un novillero que se ha tardado en dar el paso a la alternativa.
Y si las figuras de postín amasan este pingüe beneficio, los jóvenes matadores y otros que no lo son tanto, pero que no llegan a la jerarquía de mandones de la fiesta, llevan las de perder, pues se les avientan corridas serias, difíciles de lidiar y en muchas ocasiones que no se prestan para el triunfo. Aunado a esto, tenemos los públicos difíciles –y en ocasiones ignaros– que han desvirtuado la concepción de la tauromaquia. Creen muchos aficionados que el toreo solo es esteticismo, el adorno y el parado elegante; esta falsa apreciación es la que produce que algunos matadores se preocupen más por bufos amaneramientos que a lidiar con su enemigo. Y son estos mismos seguidores de la fiesta los que desprecian el fundamento del toreo, que no es otro que dominar al toro, machacarlo, y darle muerte.
Por eso se torna un camino sinuoso el de los matadores de medio pelo, cuando salta a la arena una alimaña que es imposible torear en el gusto de los públicos actuales, es decir, en redondo, con naturales largos y continuos, con el toro muy ceñido a la cintura y con apenas movimiento de piernas. Recordamos a manera de ejemplo varias corridas de la ganadería de Autrique, en el coso de Insurgentes o en provincia, sin llegar a excesos y decir que son los toros decimonónicos a los que pocos querían enfrentarse, no cabe duda que las reses provenientes de ese ganadería cumplen de forma sobrada con los requisitos que marcan los reglamentos y los públicos más ortodoxos.
Ante este intríngulis que enfrentan los matadores a los que nos referimos, existen dos vías para lograr llegar a buen puerto en esta espinosa empresa: el del exhibicionismo, es decir, el torero tremendista y de valor. Y en otra línea –aunque no divergente de la anterior– la de la técnica recia, o sea, dominadora.
El toreo de valor, como bien sabemos es el camino más duro para lograr triunfos en el toreo, arrimarse de forma casi increíble cada tarde y permanecer en esa línea durante largo tiempo debe ser un sacrificio que pocos toreros están dispuestos a soportar. Forjar una carrera a base de cornadas, es una senda donde “se impone un trago de aguardiente”, como dice el maestro Delgado de la Cámara.
El camino de la técnica, del auténtico dominio del toro, aunque también difícil, es un tanto cuanto más desahogado que el anterior. Como bien se sabe, son pocos los matadores que logran hacer de la técnica un estilo propio de tauromaquia. En España encontramos ese género en el toreo de Francisco Ruíz Miguel, que durante veinte años se mantuvo en la línea de torear las corridas más duras. En el caso de México, y aunque no se ven las monstruosas bestias de seiscientos kilogramos de la madre patria, también se lidian toros con trapío y bravura, y en nuestra opinión el torero que más les ha podido a esos toros, es el maestro Zotoluco.
La afición debe atender y apreciar el esfuerzo de estos dos estilos de hacer el toreo, que son tauromaquias a las que debe recurrirse cuando el toro no se preste para hacer el toreo en redondo. Debemos dejar de lado el llamado toreo anticombativo y en ese sentido saber apreciar la base del arte de lidiar toros: el dominio de este. Cuando se advierte la técnica y el valor en el toreo, la plasticidad llega sola, y a partir de esto desparecen aquellos grotescos amaneramientos tan manidos en algunos coletas.