A través de la internet, los diversos sitios que atienden la taurina materia publicitan diversos lugares en la capital y el interior del país, que de alguna forma se relacionan con ésta. Sean restaurantes, tiendas de recuerdos, venta de avíos para torear, corridas en la Ciudad de México y provincia, y programas televisivos.
De esta acertada forma, es posible informarse de la cultura taurina y adquirir nuevos conocimientos. Empero, –y aunque sea verdad de Perogrullo– no todos los anuncios tienen una utilidad en la conformación del saber taurómaco. Es desafortunado que en estos mismo sitios electrónicos nos encontremos con engañifas, esto es, lugares que por la nomenclatura que se les da, desvirtúan la semántica de las palabras. Y en esta ocasión nos referimos al llamado Museo Taurino Mexicano.
Este deleznable lugar se encuentra a un costado de la Plaza de Toros México, en la calle de Atlanta. Es un pequeño lugar, donde la mentira se presenta desde la apertura de sus puertas, pues se hace más de media hora después de lo anunciado. Al entrar continúa la farsa o la fantasía del propietario, –contador Diego Carmona Ortega– que si en la descripción que nos da se refiere a que el museo “a (sic) tenido la extenuante labor de adquirir, relacionar y clasificar un sinfín de artículos relacionados con la fiesta brava, que van desde todo tipo de documentos así como de artículos de bulto de México y del mundo.”, la penosa realidad nos golpea. Si bien existe todo tipo de artículos taurinos en el recinto (y no dudamos que tengan un gran valor histórico), no existe clasificación alguna. Se encuentra un sinnúmero de orejas, trajes de luces, carteles capotes, cabezas de reses bravas, muletas… claro está: sin orden alguno. El amontonamiento de ornatos y recuerdos del señor Carmona, hastían la visión y el mediocre intento de exposición taurina, se convierte en un almacenamiento de cacharros, en la bodega de un ropavejero.
Hemos advertido, que los amigos del toro creen que están por encima de toda lógica u orden para realizar sus eventos, exposiciones o cualquier acaecimiento que organicen. Creen que no les es atinente la categorización y la semántica. Bien pueden llamar entrega de reconocimientos o museo a sucesos o lugares que de ninguna manera llenan el significado que nos ofrece el lexicón. El contador Carmona Ortega, execra a la museología, pues la catalogación la deja a un lado, para dar paso a la presentación de todos los recuerdos que a lo largo de su vida ha logrado reunir, un verdadero monumento a su locura y egolatría.
Ciertamente que cualquier persona aficionada al toro puede tener una gran colección personal, que con gran denuedo ha logrado reunir. Pero la insensatez y el absurdo sobrevienen cuando se presenta como museo, sin categorías, poca información y nula clasificación. Es seguro que el propietario no se percató que la acepción museo ha evolucionado, y ya no se le puede nominar de esta forma a lo que a lo sumo encuadraría en un Gabinete de Curiosidades, precedente del museo en el siglo XVI.
La exposición taurina concluye en un panel que hace las veces de tienda. Y para estos momentos, ya nada es sorpresa. Porque lo que se anuncia en la internet como tienda de libros, son un par de anaqueles de libros de viejo, donde la encargada apenas puede articular palabra y de los precios nada sabe ¿Acaso no sería más satisfactorio y útil organizar una biblioteca taurina, con libre acceso para toda persona interesada en los menesteres taurinos?
La pusilánime defensa con el argumento fácil de es un primer intento aquí en México, no hace sino denostar la cultura taurina y el intelecto del mexicano. Para esos fatuos intentos, más le hubiese valido dejar guardados sus cachivaches en otro lugar. Proponemos una covacha.