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domingo, 6 de febrero de 2011

¿Qué pasa en Egipto? Antecedentes, actualidad, perspectivas.

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Presentamos algunos análisis, del diario el País, principalmente, sobre la revolución que se gesta en ese país.

Historia. Antecedentes. 

En las postrimerías de 1979, una heterogénea pléyade de grupos tomó las calles de Irán al grito de "libertad", "muerte al dictador. Congregados en torno a un único nexo -el hartazgo-, concitaban a todo el espectro de la sociedad: hombro con hombro marchaban comunistas, socialistas, demócratas, sindicalistas, intelectuales, laicos, islamistas moderados y radicales... Todos cansados por igual de las arbitrariedades de un monarca que, bajo un leve barniz de democracia, dilapidaba el tesoro nacional ajeno a las miserias e inquietudes de su pueblo, y se sostenía en unos servicios secretos brutales y represivos. Sin embargo, más allá de ese odio común al sátrapa, cada grupo ambicionaba una esperanza distinta, un futuro divergente. Bendecida por la anuencia de Occidente, la protesta creció hasta que el asustado rey, abandonado incluso por su poderoso Ejército, apiló en baúles su fortuna, acondicionó su lujoso avión y acompañado de sus más allegados, partió rumbo al exilio en Egipto.
Espoleados por la reciente huída en Túnez de otro dictador con piel de demócrata, cientos de miles de hastiados egipcios abarrotan plazas y avenidas en demanda del fin de la dictadura de Hosni Mubarak, hasta la fecha "aceptada" por Occidente.


Ni aún hoy podemos explicar por qué en Túnez la inmolación de Mohamed Bouazizi desencadenó una revuelta nacional que llevó a Ben Alí a la huida y, sin embargo, eso no se produjo, por ejemplo, como consecuencia de las revueltas que en 2008 pusieron en pie de guerra a los mineros en Gafsa. Del mismo modo, más allá de apelar a un cierto efecto de contagio, tampoco podemos precisar las razones por las que los egipcios se han lanzado a la calle y si eso, inevitablemente, supondrá la inmediata fuga de Hosni Mubarak.

Egipto, por el contrario, ya estaba viviendo un proceso de sucesión del poder en el que cada actor movía sus fichas con más o menos disimulo. Por un lado, el octogenario y enfermo Mubarak pretendía asegurar la continuidad del régimen a través de su hijo Gamal (tal vez acompañado del influyente jefe de los servicios de inteligencia, Omar Suleiman). Para ello no tuvo reparo alguno en manipular las elecciones legislativas del pasado noviembre (expulsando del parlamento a los Hermanos Musulmanes para asegurarse un tránsito más tranquilo hasta las presidenciales de septiembre). Su problema no ha estado en la calle, forzadamente tranquila hasta ayer, sino en el propio régimen, con unas fuerzas armadas crecientemente opuestas a sus designios. En un país donde desde Nasser todos los presidentes proceden de la milicia, y donde las fuerzas armadas son un actores políticos (y económicos) de primera línea, cabe suponer que no iban a asentir pasivamente a lo que el desgastado rais deseara.

En esa línea cobra sentido la hipótesis de que el ejército haya decidido jugar con fuego, si no alentando sí al menos consistiendo la actual movilización con vistas a debilitar aún más a Mubarak y colocarse así en condiciones de imponer sus planes (y a su candidato) en la etapa que, inevitablemente, se abre ahora en Egipto. En ese contexto, la movilización popular podría no ser más que el instrumento de quienes no pretenden traer la democracia al país sino únicamente provocar un cambio personal en su liderazgo. 

Evidentemente, se trata de un juego de alto riesgo porque nada garantiza el control de la situación (ni siquiera con los casi 1,5 millones de policías y 460.000 soldados) ante una sociedad hastiada de la clase política y con actores tan poderosos como los Hermanos Musulmanes, obligados ahora a actuar desde la calle.

En definitiva, las movilizaciones son un hecho generalizado en la zona, pero la democracia no es necesariamente lo que surgirá de ellas. Y esto es así no tanto por que vaya a imponerse el islamismo radical- espantajo clásico para justificar la represión interna-, sino por el peso de una inercia que ha llevado durante décadas, tanto a los gobernantes locales como a las potencias occidentales que les apoyan, a preferir la estabilidad a toda costa. Túnez puede o no abrir un nuevo capítulo en la historia del mundo árabe. En Egipto son aún más poderosas las razones que apuntan a un bloqueo del proceso (baste comprobar el temor con el que Washington, mientras Israel y la Unión Europea callan igualmente inquietos, muestra su apoyo a la democracia mientras presiona a Mubarak para que retome el control con algunas reformas).

En el fondo no se trata de miedo a la democracia en sí, vista como plenamente beneficiosa a largo plazo, sino al periodo transitorio que hay que recorrer desde las actuales sociedades cerradas del mundo árabe hasta desembocar en otras abiertas. 


Asociaciones, medios de comunicación y 'blogueros' habían acusado este jueves a la compañía de emitir mensajes en los que se instaba a la población a apoyar a Mubarak.

En respuesta a estas críticas, Vodafone ha asegurado en un comunicado que, "en función de los poderes de emergencia establecidos por la Ley de Telecomunicaciones, las autoridades egipcias pueden ordenar a los operadores de móvil Mobinil, Etisalat y Vodafone que envíen mensajes dirigidos al pueblo de Egipto".

"Han utilizado estos poderes desde que comenzaron las protestas", prosiguió la empresa, citada por la BBC. "Estos mensajes no han sido programados por ninguno de los operadores y no tenemos forma de replicar a las autoridades respecto a sus contenidos", aseguró.

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