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domingo, 13 de febrero de 2011

El papa de los locos.

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Asistimos el día jueves diez de febrero a la presentación del libro de la primera temporada del programa televisivo México Bravo, conducido por Luis Niño de Rivera y Juan Antonio Hernández.

Agregado a la presentación de la obra literaria, en la invitación también se informaba de la entrega de los reconocimientos a lo más destacado del ambiente taurino.

Inició el evento una hora después de señalada la hora –como de costumbre–, y los conductores del citado programa salieron a repartir a granel los galardones en forma de águila, o acaso eso parecían. Bien a un ganadero porque renovó la sangre de su ganadería, al maestro Zotoluco por mil corridas, o al queretano Octavio García el Payo porque es “un torero destacado”.

Pareciese que la gente del toro no se percata de la crisis que vive la fiesta del pueblo. Pues en vez de buscar formas de atraer a una nueva afición, que se pueda adoctrinar en una verdadera cultura taurómaca, prefieren vanagloriarse y reconocer paparruchas, sin siquiera tener un método de selección lógico. Y bien cabe parafrasear al maestro E. Gutiérrez y González, estos adefesios son reconocimientos al estilo mexicano.

Si partimos de la semántica del significante reconocimiento (acción de reconocer), se evidencia que a través de esa labor se pretende distinguir a alguien por determinada característica o virtud; y además que sobresale de entre otros. Es decir, en este contexto, reconocimiento es cuasi sinónimo de premio. Pero cuando las distinciones, premios o reconocimientos se hacen sin atender a un método de selección v.g. a través de un jurado, que determine quién es el mejor de entre una misma clase; una categorización bien establecida v.g. mejor torero de la temporada, mejor faena, estocada… y un número bien establecido de premios; es que se convierten en un despropósito, pues el único objeto es entonces, el blasonar, distinguir a quien se me ocurra. Y para muestra un botón… mejor dos.  “Los caporales son parte fundamental de la fiesta brava, por eso vamos a distinguir a dos de ellos.” “Sin nuestro equipo de producción, no sería posible nuestro programa –gran silogismo–, es por eso que a cada uno le entregamos un reconocimiento.” Creemos que faltó un reconocimiento a los cubeteros de la plaza.

Y entonces una ocasión para distinguir de forma congruente a los protagonistas de la fiesta, y de paso dar una lección de educación taurina a los asistentes, mutó para dar paso a puras muestras de zalamería entre ganaderos, empresarios, toreros y conductores. Huelga decir que también hubo un reconocimiento para el propietario del canal 40, que hasta hace poco según confesó, no era aficionado a la fiesta de toros.

Todo esto hace patente que los individuos grises con sus prejuicios animalistas de rigor, no son los verdaderos enemigos de la fiesta. Ciertamente existe una quinta columna dentro del grupo taurino, que de forma aparente realiza obras en beneficio de esta, pero que en realidad solo la denuesta y hace de ella un bufo espectáculo.

En la novela de Víctor Hugo Nuestra señora de París, el 6 de enero de 1842, los asistentes al Palacio de Justicia esperaban presenciar el misterio;  que se presentaba cada año. Y la plétora como casi siempre en la inopia, fastidiada por la pieza teatral de maese P. Gringoire, prefiere seguir la propuesta de Coppenole: pasar la cabeza por un agujero, hacer una mueca grotesca y elegir por aclamación al Papa de los locos. El diez de febrero de 2011 no solo se eligió a uno, sino a más de dos decenas de Papas, con la misma estulticia, la locura y el mal gusto.

Por cierto que en la novela gótica, fracasó la intención de Gringoire de representar su misterio, aquí la presentación del libro, nunca se llevó a cabo.

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