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domingo, 23 de enero de 2011

Toreo al estilo mexicano III.

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Se ha analizado de forma sucinta el arquetipo del toreo mexicano, algunas de las particularidades que hacen única a la tauromaquia mexicana, en las suertes capoteras y los palitroques, esto es, los primeros dos tercios de la lidia. Así pues, solo resta comentar el tercio de muerte, o el tercio de muleta, siempre enfocado a las maneras mexicanas.

Desde los primeros intentos de amoldar al toro bravo, con el objeto de lograr el toreo en redondo, que inician con José Gómez Ortega Gallito y Juan Belmonte, la lidia se centrará en el último tercio. Antes de los dos hacedores de la lidia moderna, era imposible realizar el toreo en redondo, pues la aspereza del toro hacía imposible plantar los pies y se ejecutaba un toreo de piernas con muletazos de pitón a pitón.

Posteriormente con el toreo vertical y estatuario de Manuel Rodríguez Sánchez Manolete, y ya con la bravura atemperada de la res brava, se quedará de forma definitiva el enfoque muletista en el toreo. Y es en la misma época del monstruo de Córdoba donde surge la gran figura mexicana que le da a nuestro toreo un sello particular, Silverio Pérez.

La cadencia y parsimonia entre los muletazos ejecutados por el faraón de Texcoco, son de una calidad y salero inigualables. Ejemplo de lo anterior ocurrió hace casi sesenta y ocho años, cuando según los cronistas de la época el compadre bordó su mejor faena, al toro Tanguito de Pastejé. Por imágenes en vídeo se hace patente el pasodoble Silverio del maestro Lara, “monarca del trincherazo…”, y en verdad era el monarca de este hermoso pase, que hasta su fenecido hermano “Carmelo que está en el cielo se asoma para verte torear”.

Además del maestro Silverio han surgido toreros que con una técnica depurada, –como lo hacen los ibéricos– le imprimen un sello particular a su tauromaquia, y contribuyen con esto a la formación de un auténtico toreo al estilo mexicano. Ejemplo de esto lo encontramos en el torero consentido de la Plaza México, el regiomontano Manolo Martínez, que no obstante de ejercer el mando casi dictatorío del toreo en México durante la década de los setenta, dejó faenas inconmensurables para la afición y un estilo personal de lidiar, v.g. su creación el martinete.

De tiempos más recientes podemos mencionar al rey David, que ante sus mermadas facultades físicas, hacía un toreo estatuario y de espanto. Los muletazos pintureros que le dio a Mar de nubes, de Fernando de la Mora, ejecutados “como con flojera” como bien los describió el maestro Valeriano Salceda Giraldés, son prueba fehaciente de que el toreo en México se puede ejecutar de forma magistral, al nivel más alto de la torería mundial.

Por último y en el marco de su presentación en la México el domingo veintitrés de enero de dos mil once, sale a colación el torero panadero de Apizaco, Rodolfo Rodríguez el Pana. Su toreo de solera, personal y al más puro estilo gitano, hizo vibrar hasta los aficionados más ortodoxos. Como bien lo demuestra el trincherazo a Rey mago de Garfias, en su regreso al coso de Insurgentes, el siete de enero de dos mil siete.

A manera de resumen, es dable mencionar que México ha contribuido enormemente a la tauromaquia mundial. Que es a través del pundonor, la creatividad y un toreo auténtico como el estilo mexicano volverá a ser noticia en el mundo de los toros.

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