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viernes, 2 de julio de 2010

No comprendemos por eso nos matamos.

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El filósofo analítico Ludwig Wittgenstein, en su Gramática Filosófica, parte I, cuestión 3, señala:

“[…] En algunas de sus aplicaciones, las palabras “comprender”, “significar” se refieren a una reacción psicológica […] en este caso, comprender es el fenómeno que ocurre cuando oigo una oración en un lenguaje que me es familiar, y no cuando la oigo en un lenguaje extraño. […] El aprendizaje del lenguaje determina su comprensión […] nos parece como si algo estuviera acoplado a estas palabras que, de otra manera, funcionarían en el vacío. Como si estuvieran conectadas con algo dentro de nosotros.”

Entonces tenemos que:
1) Comprender implica un proceso interno del hombre
2) Comprender supone conocer el lenguaje, es decir, que nos sea familiar.
3) El lenguaje nos será familiar si se nos ha enseñado con precisión.
4) El lenguaje familiar funcionará como si dependiese de nosotros; como si requiriera, para llenarse, de lo que somos nosotros.

El lenguaje, para ser efectivo –para comunicar, es decir, para ser propiamente lenguaje- debe sernos íntimo; incluso en la cuestión 4, Wittgenstein compara la comprensión del lenguaje a la de la música o a la apreciación de un cuadro.

Por eso insistimos que nuestro país no podrá superar este momento tan crítico, si no se modifica la educación; si no se nos inculca una relación íntima, que nos involucre en nuestra totalidad, con los valores de la honestidad, del esfuerzo y del respeto.

Si no se nos compromete a aceptar el valor de la vida humana como invaluable; si no se copa desde el seno familiar las ansias excesivas de dinero; si no se nos enseña a avergonzarnos por abusar de los demás, los discursos sobran. El horror al homicidio se enseña. La templanza y la moderación también.

Los llamados a la “unión”, “paz”, “honestidad” “guerra contra el narcotráfico” y demás, no cumplen su función de lenguaje, esto es, no comunican de forma íntima y comprometida lo que pretenden, porque nos resultan doblemente extraños; por una parte, se nos enseña a buscar dinero y banalidades; a llevar un estilo de vida disoluto y carente de reflexión; la palabra honestidad, al menos a muchos mexicanos, ya no nos mueve íntimamente como garantía de una buena vida. “Hombre bueno tira a pendejo”.

Pero por otra parte, el gobierno está tan desacreditado, que no puede comunicarse sin transmitir la hipocresía, la burla que hace del resto de los mexicanos; una vez más, el lenguaje nos compromete, y el llamado del gobierno a la honestidad es socarrón.

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