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sábado, 26 de junio de 2010

La muerte es el olvido. Saramago y Monsiváis.

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En la semana supimos de la muerte de dos escritores de fama y reconocimiento,

¿Qué haremos ahora sin ellos? Es una de las preguntas  que se suelen hacer cuando muere alguien importante. Rafael Cardona  responde de una forma contundente:

“¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi?”, pregunta en público una dolorosa Elena Poniatowska. Pues ella no sé, pero el resto de la humanidad seguirá haciendo su vida. 

Y es que el dolor existe para quienes lo conocieron, y ni siquiera para todos ellos.  Por eso no alcanzamos a entender todas los lamentos lanzados por otros "intelectuales" y políticos que desean pertenecer al círculo de la cursi elegía.  Si dentro de poco olvidaremos al autor, con mayor facilidad olvidaremos a sus aduladores. Es ese el destino de la muerte.
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Hay muchos tipos de muertes: muertes trágicas, imbéciles y otras   tan naturales que  parece que simplemente acaban con el curso de la vida. Así pues, a estas muertes les corresponde cierta clase de muertos; los que pasan desapercibidos, los que a nadie afectan y nadie puede nombrarlos; los que causan pesar a sus cercanos, y los que fueron tan conocidos a lo largo de su vida que logran la pesadumbre,aun en aquellos que nunca fueron sus cercanos.

Los muertos, obviamente, no pueden defenderse, no se puede discutir con ellos. No pueden equivocarse y ser criticados, no pueden negar lo no que no dijeron y sí, por el contrario, pueden  llegar a ser objeto de las glorias que nunca merecieron.

Se habla  bien de ellos, y la muerte los eleva a una categoría que en vida nunca podrían tener. Y bueno, ellos no llegan sólos a ese nivel. Necesitan de otros que una vez sucedido el deceso, se dan cuenta que ahí había alguien importante, y del que se debe hablar bien sólo para no quedar mal. Es lo que expresa el escritor Javier Marías, en uno de sus artículos semanales del diario El País:

Sería de desear que los escritores, críticos, editores y gacetilleros tuvieran la valentía de percibir la “genialidad” a tiempo, y que se abstuvieran de proclamarla a posteriori, cuando suena inevitablemente artificial y oportunista, incluso si la razón los asiste. La razón también hay que tenerla a tiempo, para tenerla de veras.

Así las cosas, de estos escritores se puede decir que sus obras permanecerán por un período  que nuestra limitada noción del tiempo nos impedirá comprender.  Luego sus palabras dirán todo lo que el autor no quizo decir. Pero del autor mismo poco se sabrá. Sabremos que fue un "gran escritor" un " gran intelectual"  incluso un "héroe"  y su vida, para muchos,  será una mera ficha bibliográfica. Así de dura es la incomprensible muerte. Su castigo y recompensa: el olvido de lo que dijeron- de lo que alguna vez fue importante para ellos-  y el recuerdo inmaculado de su nombre.

Cuando sus letras se olviden por completo habrá de que preocuparse. La Muerte, no es la que termina con el cuerpo, es aquella que, a veces de forma lenta, y otras de inmediato, es lo mismo que el olvido.

Imagen: Uno de los libros de Monsiváis.

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