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domingo, 7 de febrero de 2010

Seda, sangre y Sol.

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Ya en una entrada pasada, decíamos que incursionábamos en una área distinta: la musical. Ahora entramos al mundo de la  tauromaquia, mediante está columna  a cargo de un colaborador  del Fénix, gran aficionado a la fiesta taurina:

Cumplió un aniversario más el embudo de la colonia Noche Buena, y eso es noticia hasta para algún columnista –léase don Rafael Cardona- que ha reiterado su promesa de no volver a hablar de la fiesta de toros, y pareciera que siempre le vence la tentación y triunfa el cariño que alguna vez le profesó o que ocultamente aún le profesa.

Pero dejemos a los bibliófilos taurinos hacer la historia de la Monumental Plaza de Toros México y vayamos a reseñar algunos sucesos dignos de mención que se vivieron el pasado viernes cinco de febrero. Y es que conformarse con el mediocre resumen que la propia página oficial del coso hizo del festejo, sería un verdadero baldón para nuestra fiesta tan querida.

Pareciera que el título que lleva la mencionada síntesis (“…una noche para olvidar”) es un sarcasmo barato o que lo propuso uno de esos individuos grises, enemigos del arte de Cúchares. Pensar que se debe olvidar la gran faena realizada por el galo Sebastián Castellá, de tanto fondo, sentimiento, que logró el desbordamiento de las pasiones de los aficionados y del mismo coleta, es irrisorio. La realidad en estos casos excepcionales, cuando se llega a tan grandes alturas dentro de una faena, a lo más que puede llegar el que describe a través de la palabra este extraño arte, es la simple mención, cualquier otro intento queda muy corto.  

Por otro lado se debe hablar y en este caso escribir de las broncas que se armaron por los astados devueltos por el supuesto poco trapío que ostentaron. Debemos partir del hecho que el aficionado es el que tarde a tarde se retrata en la taquilla y paga un boleto, y por este acto que realiza tiene el derecho de protestar en el caso que le desagrade cualquier detalle que se desarrolle durante el festejo, desde un par de banderillas, la presencia del toro, las puyas, los quites, etcétera.  No obstante, el desconocimiento o la mala hostia de algunos aficionados (en ocasiones verdaderos reventadores), tiene como consecuencia que se lleve al error (una falsa apreciación de la realidad) al grueso del público, que no son aficionados asiduos por decir lo menos y que termina con grandes rechiflas contra el toro, el juez, el ganadero y sobre todo contra el empresario.

En nuestra opinión, los toros regresados a los chiqueros tenían la misma presencia que los demás bureles no protestados. Para probar nuestro dicho, sería lógico pero por demás inútil, insertar fotografías de las reses en este texto; más provechoso es reproducir un punto de vista de un gran aficionado, con el que la mayor parte de las veces estamos de acuerdo: si fuéramos en verdad estrictos, todos los toros corridos en las últimas décadas tendrían que ser devueltos por falta de trapío, pero debemos ser conscientes y darnos cuenta que el toro de lidia, y en especial el de sangre mexicana, ha reducido sus kilos en beneficio de la faena muleteril, para que aguante las tandas tan largas que al público nacional le gusta presenciar, y con el fin de no tener esas embestidas ásperas que los antiguos diestros tenían que dominar.

Es dable también mencionar, la actitud poco profesional de Castellá. No dignarse a matar un toro que ya fue picado, –incluso aunque la mayor parte del público lo rechace- además de ir en contra del reglamento taurino vigente, es ciertamente execrable y no hace sino denostar a una plaza de tan grande envergadura, como lo es La México.

 Por último, y aunque poco público lo presenció, haremos mención del conato de bronca que protagonizaron algunos aficionados irritados y el empresario, MVZ Rafael Herrerías. Los que hemos seguido la gestión taurina del otrora presidente de los tiburones del Veracruz, sabemos que el doctor se distingue por dos características: le dio un realce inusitado al festejo del aniversario del coso de insurgentes, pues cada año conforma un cartel con figuras del toreo mundial. Y por otro lado es sumamente polémico: por sus declaraciones, sus desplantes y en general por la forma en que ha llevado la administración de la plaza.

Quizá no sea lo más ortodoxo hacerse de palabras y casi llegar a las agresiones físicas, pero sin duda hace que la fiesta brava vuelva a ser noticia y no sólo por las grandes faenas (que sin duda es lo cardinal) que emocionan únicamente a los que amamos la fiesta.

Son cada vez menos los que vivieron de cerca las grandes broncas que armaba “El ave de las tempestades”, Lorenzo Garza en las primeras décadas del siglo XX, pero gracias a las crónicas de aquéllos tiempos es que podemos recordarlas y afirmar que también contribuyeron a engrandecer la fiesta de toros, la fiesta del pueblo. La gresca del pasado cinco de febrero hace que vuelva la esperanza de que en algún momento vuelva esa inolvidable época. “Que tiempos aquéllos señor don Simón…”

Mauricio Gutiérrez González

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