Mauricio Gutiérrez González
Igual que hace seis años, los detractores y enemigos de un movimiento que surgió formidable a partir de dos mil cinco, -en el contexto de la colérica intentona de Vicente Fox para impedir la candidatura a la presidencia, del licenciado Andrés Manuel López Obrador- brotan con la ponzoñosa arma del vilipendio. Desaforados, gritan consignas para impedir que el dirigente defienda el proyecto que los integrantes de un movimiento por esencia popular, demandaron en las urnas. Analistas superficiales e infamantes periodistas –que son las voces de otros sujetos de igual forma perversos-, pretenden conculcar a través de sus arengas, el derecho -previsto en la Constitución y las leyes federales-, a impugnar un proceso viciado de origen.
Sin embargo, no se debe caer en la falsa apreciación de la realidad, que con toda la mala hostia, ansían estos sujetos poco honorables. Más bien, el prudente criterio y el atento razonamiento son los que deben prevalecer. Y es que con la faz de una supuesta legalidad y defensa a las instituciones, aspiran a destruir el proceso electoral. Actúan los quintacolumnistas. Hacen alarde de la fiesta de la democracia acaecida el domingo primero de julio, pero se muestran reacios a aceptar el recurso de objetar esa juerga libertina, llena de irregularidades y acciones nefandas (dicen ellos que no son delitos, de lo contrario la fiscalía especializada estaría en pie de lucha, con sendas investigaciones). Lo cierto es que los detractores creen en las instituciones, siempre que estén mutiladas y bajo el control del sistema. Y para muestra, un botón. La pregunta de rigor hacia el movimiento que pretende impugnar las elecciones: ¿Y esto no es una ofensa para los ciudadanos que contaron los votos de forma imparcial? Con una disimulada inocencia pregunta José Cárdenas al coordinador de campaña, Ricardo Monreal.
Y aquí está la disyuntiva. O debería ser improcedente, dentro del sistema de administración de justicia, la impugnación de toda resolución administrativa, judicial o jurisdiccional, es decir, la inexistencia de instancias superiores que puedan enmendar los yerros cometidos. O es que al ungir a miles de personas con el adjetivo ciudadano, se da el fenómeno taumatúrgico de la absolución plenaria, y en consecuencia es inverosímil que exista error en los conteos. Y en el extremo caso, que en efecto sea un oprobio para los cándidos ciudadanos, el impugnar las elecciones por ellos organizadas (o eso es lo que creen), se sabe quiénes son los culpables. Los impertinentes legisladores, que tuvieron la osadía de crear una ley de medios de impugnación en materia electoral.
Otra descabelladatentativa por desviar la atención de las cuestiones relevantes del irregular proceso electoral, ha brotado con el contrito movimiento iniciado por el periodista Ciro Gómez Leyva. Con su apesadumbrado rostro, ofreció a sus televidentes y radioescuchas una sentida disculpa por el leve (¿o aleve?) gazapo cometido por sus amigos de la encuestadora Gea/Isa, de ubicar al candidato de las derechas, previo a la jornada electoral, veinte puntos porcentuales arriba de su más cercano adversario, el licenciado Andrés Manuel López Obrador; cuando los resultados del instituto electoral a nivel federal (“los oficiales”) arrojan una diferencia de seis o siete puntos, a lo sumo.
Y el señor Gómez Leyva, orondo como lo es, afirma que no hay justificación editorial, pero que de ningún modo, se puede hablar de encuestas manipuladas. Y él espera que con una disculpa sea suficiente para atemperar los caldeados ánimos, después del dislate cometido por todas las empresas encuestadoras. Qué artificiales resultan sus declaraciones, cuando el pasado veintiuno de mayo, en su programa de Grupo Fórmula, él descalificó las encuestas que acercaban numéricamente al aspirante presidencial de la izquierda, con su adversario, el candidato propuesto por el sistema. Tachó la encuesta de Covarrubias (Ana Cristina) de propagandística y de falsa. Y remató con sorna, que la campaña ya había terminado. Habría que preguntarse cómo es que mide el tiempo este señor.
Entonces, el periodista temerario puede descalificar encuestas, incluso antes de que surjan los resultados, pero que nadie tenga el atrevimiento de especular siquiera, una dolosa manipulación por parte de sus amigos de Gea/Isa.
Deberá ser a partir de ahora que se sostenga el atinado juicio a futuro, y no es otro que enviar al tacho de basura a los precipitados estudios demoscópicos. Es menester tomar consciencia, del alto costo de las engañifas perpetradas por estudios mañosos, cuyo objeto es conducir al error y la resignación. Porque hay que tener la certeza, que el primer cartucho percutido y desechado por el enemigo histórico en este proceso, es precisamente el de las encuestas. Pero que no haya lugar a duda, que en el próximo proceso electoral reciclarán este medio de manipulación, y querrán ofrecerlo como el riguroso dato duro del periodismo electoral. Que no retorne ese vulgar medio de ofuscamiento, es inexorable se mantenga la congruencia.
Otra de las paparruchadas que se receta a diario en los medios de comunicación, es el profesional ejercicio de la magia a través de los augures, del zahorí y del santón, de los embusteros de arcanos y del falso adivino y de los arúspices de la irracionalidad.2 Pues deben recibir tal honor los locutores y lectores de noticias, analistas y falsos periodistas, que afirman de manera categórica que:si hubiese sido otro el candidato de la izquierda… si López Obrador hubiera dado un paso al costado… si don Marcelo Ebrard habría contendido en contra de Peña Nieto… ¡En este momento, el jefe de gobierno del Distrito Federal sería electo presidente! Y en contra de semejante despropósito, no cabe recordar sino la advertencia realizada por el senador Pablo Gómez al socarrón Carlos Marín. Se cita: “No tengo la mala costumbre de hablar a nombre de los votantes, porque tú eres un votante, pero hay millones. ¿Cómo los ven [a los políticos] los votantes? No sabemos cómo los ven, los votantes. ¿Cómo piensa cada votante? Es imposible saberlo.” Y en verdad que con este simple razonamiento, queda por los suelos las diversas tesis de los charlatanes de la adivinación. Sobra analizar la presunción acerca de que López Obrador no es un seductor del electorado, pues lo que interesa a los adeptos al proyecto que él representa, son justo las ideas, y no una atracción sicalíptica. Misma que sí se reflejó en la campaña del candidato de las derechas. Pues es en tan corrompido caldo de cultivo donde el pueblo organizado debe evitar descender.
En este contexto de mancias y charlatanes, es oportuno traer a cuenta la crítica con la que estos mismos personajes han atacado a las redes sociales. El argumento central es que los datos visibles en esos sitios carecen de rigor periodístico, que no existe control editorial alguno y en consecuencia es infundado otorgarles la mínima credibilidad. Y de una ponderación de lo hasta aquí relatado –la desmitificación de los datos duros-, es dable afirmar que ese mismo saco está hecho a la medida de los distinguidos medios de comunicación tradicionales, sea radio, televisión o tabloides. Se tiene entonces, a la misma gata, pero revolcada.
Y en esta compendiosa descripción del trabajo poco serio que han desarrollado, en dos mil seis y ahora en la anualidad de dos mil doce, estos medios de difusión de información, conviene recordar la enésima temeridad cometida. Posterior al conflicto electoral de dos mil seis, se regodeaban con el hecho poco fundamentado de que el licenciado Andrés Manuel López Obrador había perdido toda simpatía de sus antiguos seguidores. Como de costumbre tomaron como base a la demoscopia, y una vez más la realidad los desmintió, quedaron expuestos y en evidencia.
Ahí están las cifras “oficiales” del instituto encargado de administrar las elecciones a nivel federal, que los celosos adalides del periodismo serio no han contrapuesto a sus pronósticos. En las elecciones federales de dos mil seis, el candidato de la izquierda obtuvo catorce millones, setecientos cincuenta y seis mil trescientos cincuenta votos (14,756,350). En los comicios de dos mil doce, el mismo candidato obtuvo alrededor de quince millones, ochocientos noventa y un mil votos (15,891,000). Luego, no solo es falsa la supuesta animadversión hacia el licenciado Andrés Manuel López Obrador, sino al contrario, creció la simpatía por su proyecto alternativo de nación. Con tantos errores demoscópicos, es que se genera la convicción, de que en realidad son errores dolosos. Otra vez la mala hostia y la manipulación a través de las encuestas.
Existe otra similitud entre los dos amañados procesos electorales (dos mil seis y dos mil doce), y salta a la vista con las declaraciones a priori del magistrado presidente del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, Alejandro Luna Ramos. Cuando habla que en una mesa (¿?) no se ganan las elecciones. Con este obnubilado lenguaje, lo cierto es que el juzgador de lo electoral ya emitió su resolución, aun cuando es inexistente el escrito donde se expongan los razonamientos jurídicos que pongan en entredicho el proceso electoral. Seguro los embusteros de arcanos de los que ya se ha hablado lo aconsejaron.
Pues bien, en dos mil seis, el mismo órgano judicial, admitió la existencia de un sinnúmero de irregularidades, que incluso pusieron en riesgo el proceso, sin embargo nunca son suficientes las pruebas para tomar la bizarra decisión de anular aquel proceso viciado de origen. Esa labor jurisdiccional se traduce en agua de borrajas, lo que se le unta al queso, diría el veleidoso Rafael Cardona. La nada jurídica.
La conclusión es clara y contundente, los integrantes del movimiento dirigido por el licenciado Andrés Manuel López Obrador, somos los agraviados. No hay que dejarnos amedrentar por aquellos sujetos grises que vociferan que no aceptamos la derrota, como hace seis años. No debemos olvidar que ese tribunal de supuesta legalidad electoral, otorgó la razón al movimiento, el proceso de hace seis años estuvo pletórico de inconsistencias e irregularidades. Un proceso ilegal e inicuo. Existe indudable identidad en el actual proceso electoral. Nosotros somos los indignados y los que hemos sido objeto de diversos baldonespor parte de una cáfila de desvergonzados delincuentes. Seguimos enhiestos y con el temple inmaculado. Porque el pundonor nos favorece, no aceptamos ninguna reconvención de abyectos personajes.
[1]El nombre de la columna es una paráfrasis de la escrita por Javier Marías Franco, de doce de febrero de dos mil
doce. Publicada en El país, con el
título Conque congresos, ¿eh?
[2]Extracto
del discurso radiofónico del maestro Tomás Mojarro, difundido en Radio UNAM, en el programa Domingo seis, de seis de enero de dos
mil ocho.