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lunes, 19 de septiembre de 2011

Los indignados, el retorno de la política.


En España, el llamado movimiento de “indignados”, comenzó siendo parte de una manifestación “marginal”, de las adjetivadas como periféricas, sin el apoyo de los sindicatos y las fuerzas políticas mayoritarias. Dos plataformas: “democracia real ya” y “Juventud sin Futuro, sin trabajo, sin empleo, sin casa, sin miedo” se dieron cita para protestar un domingo de mayo. Sin muchas expectativas, fue un atractor. Minoritaria, en principio, acabó en acampadas en las plazas públicas de la mayoría de ciudades del estado español. Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Pamplona. Pero fue la intervención de las fuerzas del orden público, intentando desalojarlos, lo que prendió la mecha. En Madrid, la Puerta del Sol se convirtió en símbolo de resistencia. Sirvió de acicate. La protesta se generalizo y el 15M tomo cuerpo. Fue una suma de factores, al igual que en Túnez, Islandia, Egipto y hoy en Israel.
Las actuales movilizaciones son el resultado de un lento proceso donde se reúnen fuerzas, experiencias, y el malestar que se organiza. Cuando se reivindica “democracia, libertad y justicia”, y se protesta contra la corrupción de los partidos políticos, el poder omnímodo de banqueros y el capital financiero, las políticas de ajuste, el paro juvenil, el sistema electoral, la privatización de la salud, la enseñanza o el calentamiento global, se desnudan sistemas políticos donde prima la injusticia, la desigualdad y la explotación. Tras la superficie de las protestas, no hay espontaneísmo, fluye una corriente de aguas profundas que nutre y da fuerza a esta pléyade de reivindicaciones. Las aguas circulan bajo la forma de hartazgo, de rabia. El descontento se hace visible, se exterioriza, el malestar aflora a la superficie. El resultado inmediato es la recuperación de los espacios públicos. Se toman las plazas, convirtiéndolas en fortines de ciudadanía.

La gran distancia que separa al 15M de los movimientos existentes, es el camino propuesto. Hacer política desde abajo, romper el círculo de la hegemonía de los partidos y de los movimientos político-sociales tradicionales, sindicatos y ONGs. Sin despreciarlos, ya que muchos de quienes integran y participan en el 15M pertenecen a partidos de la izquierda anticapitalista, sindicatos anarquistas, autogestionarios o Izquierda Unida, buscan confluencias. Pero su ritmo y su pulso vital tienen vida propia. Si no son posibles los acuerdos, se continúa avanzando. Eso genera conflictos, incomprensiones y rechazos. Es parte consustancial del 15M y supone una nueva manera de sentir la política y dar consistencia a un proyecto común. Elaborar colectivamente un programa en el cual se sientan identificado todos sus miembros. Delimitar propuestas y sumar voluntades. Así se han creado comisiones abiertas: economía, problemas jurídicos, género, organización, largo plazo, cultura o comunicación, entre otras. En su interior se discuten, se aprueban y presentan a las asambleas de barrio para ser ratificadas y por último se articulan en la Asamblea General de Madrid.

La búsqueda de consensos desde abajo es una experiencia donde se reconoce la ciudadanía. Las convocatorias para las asambleas de barrio, pegando carteles en las paredes de las calles más transitadas del barrio, donde se expone el orden del día, son seguidas regularmente por un colectivo numeroso, en el cual participan jóvenes, mujeres, ancianos, profesionales, trabajadores, o intelectuales. Es una escuela de hacer política.

En el nuevo ágora no sirven los galones del partido, el estatus social o el apellido. La política está ligada a los problemas reales del barrio, pueblo, ciudad y sus habitantes. En este sentido, la ciudad se redefine. Las plazas públicas dejan de ser expresión de monumentos turísticos. Resulta aleccionador y gratificante, al mismo tiempo, observar cómo, mientras unos niños juegan en la plaza, en su centro neurálgico, las madres, los inmigrantes, jóvenes y transeúntes escuchan los debates, haciéndose corrillos de cien o más personas, según sea el caso y el tema tratado. Sentados en aceras, apoyados en balaustradas o en los bancos del ayuntamiento, se convierten en participantes del cine-fórum donde se abordan los problemas más variados. Así, se politiza y se educa en la cultura cívica. Temas como la crisis financiera, el desempleo, la corrupción política, el aborto, la guerra o el cambio climático son el pretexto para construir de otra manera el espacio público. “La ocupación del espacio público, hoy en día, no es simplemente una cuestión táctica, sino un ataque frontal al modelo de ciudad realmente existente, en la que el espacio público se ha convertido en una interzona de una capa metropolitana inacabable donde el ciudadano pasivo, el ciudadano consumidor pasa para acudir al último bar de moda o el centro comercial. Por lo tanto su recuperación es en sí misma la negación de un modelo de ciudadanía y la reivindicación de otro: el del ciudadano crítico”



Enlace:

[] Noticia: Los indignados, el retorno de la política.

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