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lunes, 19 de septiembre de 2011

El abogado Vasconcelos

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“En la clase de geografía estalló mi protesta. Bien estaba que en latín o en gramática se nos recargase la memoria; por lo menos, yo no conocía otro sistema; pero en geografía […] Me agobiaba tener que repetir la lista de los nombres de los departamentos de Francia: Sena; Sena y Oise; Sena y Marne, ochenta y tantos títulos castellanizados por nosotros, es verdad, pero no por eso menos inútiles. Lo dije así en clase negándome a repetir la lección. Quise aducir razones para mi negativa, pero el profesor se irritó echándome un regaño de esos que hacen época en un curso. Se llamaba el profesor don Evaristo Díaz, y aunque mucho más tarde había de encontrar en él un afectuoso y desinteresado amigo, por aquel entonces se me convirtió en obsesión. Por muy injusto que haya sido su reproche, reconozco el bien que me hizo llamándome pedante, porque lo era […] Por fortuna, olvidamos todo eso en el instante de concluir el examen. Lo que procuré retener con precisión, por desgracia, corrió igual suerte de olvido: los personajes y episodios de la mitología griega […] Sin embargo, nunca me sentí harto de meditar los sentidos y pormenores del mito”.

Así nos habla el maestro José Vasconcelos, en su Ulises Criollo, de la educación que recibió en Campeche. A partir de lo anterior, podemos inquirir lo siguiente:

¿Por qué el normalismo ha cedido ante la psicopedagogía? ¿Por qué el que sabe cómo educar, es desplazado por el que estudia el equilibrio emocional del educando? ¿No debería el psicólogo aportar la teoría, y el maestro la práctica?

¿Por qué se ha sustituido la verdad en el aula? ¿Por qué no se le dice al alumno la verdad, incluso si es sobre su persona? ¿Ya no nos importan?

Si el enfoque constructivista que busca manejar la SEP en el sistema educativo, tiene como gran aporte el reconocimiento del alumno como capaz de formarse así mismo, no ha encontrado el balance con el papel que el maestro debe tener como acompañante; en el mejor de los casos, deja al educador como un animador, y en el peor, como testigo impávido de la desviación del alumno. La pretendida profundización en el desarrollo del alumno es falsa; en el fondo se busca que sea un egresado más, que deje su lugar a otro. Y ni hablar del “desarrollo de competencias por cada tema”, tan de moda en estos días. Según el temario de Formación Cívica y Ética II (tercero de secundaria), bastan dos semanas para desarrollar el sentido de pertenencia al país…

El educador que busca en verdad serlo, se sume a veces en la desesperación de ver pasar ante sí un curso sin que pueda tomar al alumno y caminar con él. Y el alumnado no la pasa mejor (así no tome conciencia), pues con el deber de enfrentar conocimientos atomizados, parciales, que no atienden a su vida –la del alumno concreto, no el paradigma del alumno; “le voy a dar sus paradigmas”, como diría el maestro Mora- pierde profundidad de la experiencia humana. Y lo delicado es esto: la empatía queda desplazada, y con ello, la mejor herramienta para combatir el odio, el crimen, la corrupción y los vicios.

Por eso podemos insistir pues que la guerra contra el narcotráfico es una vacilada, que no atiende las raíces del problema. No parece importarle al actual gobierno un carajo el desarrollo humano de su población; es un gobierno salvaje que se regodea en el onanismo armamentista.




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