Para finalizar con el análisis sobre la aprobación en lo general de la Ley de Seguridad Nacional y la reacción de Sicilia, queremos referirnos a la opinión del periodista Rafael Cardona, y del pensador Arnaldo Córdova. El primero afirma:
“[…] Tras la aprobación del dictamen de la Ley de Seguridad Nacional en la Cámara de Diputados (condición indispensable para su trámite legislativo) Javier Sicilia reventó. Acusó a los legisladores de haber traicionado el pacto (no hubo tal pacto en términos formales) de Chapultepec y declaró roto el diálogo convocado (y exigido entre reclamaciones de perdón) por él mismo.
[…] El poder no puede cederse a nadie. Esa es la naturaleza de la política. Considerar lo contrario resulta pueril y romántico. Debería ser así, sería lo más cristiano, dicen. Pero no es así. Ni con besitos y escapularios.”
[…] Esa (la guerra contra el crimen) es una política de Estado o la política de Estado, si se quiere. Y no va a variar, ni en su ejecución ni en su legislación por más movilizaciones como haga el movimiento de Javier y los sicilianos y por más como la razón les asista […]”
Nos parece muy acertado lo que menciona Cardona; Sicilia busca entrar en un intercambio con los actores políticos, pero está muy ajeno a los tejes y manejes del poder. Sicilia ha mencionado respecto a los diputados que no puede dialogar con mentirosos.
Sicilia se conduce con la sencillez de la persona entregada a sus creencias: no pretende asumir un juego diferente, en este caso, el lenguaje propio de la política, donde las apariencias y las formas desplazan al contenido verídico. Donde se miente de consuno, pues. Por supuesto que su postura de bardo católico es inocente, simplista y sin miras políticas (sin miras en esta política mexicana, al menos).
La pregunta sería: ¿por qué están más justificados para retener el poder del Estado, esta sarta de mentirosos, que Sicilia para influir en sus políticas? Tampoco seamos cándidos: “política de Estado” es una forma tramposa de encubrir a los factores reales de poder, con sus nombres y apellidos. La razón de Estado, la permanencia y estabilidad del Estado, su propia viabilidad, está más que en duda en México: lo que no hay duda es que Felipe Calderón le imprime su voluntad al poder; lo que no hay duda es que los diputados viven del presupuesto; lo que no hay duda es que el empresariado, si bien es una fuerza minoritaria, tiene un acceso a las decisiones política que la mayoría de los trabajadores, que son multitud, no tiene.
Cardona en otra parte de la columna, habla de no sacralizar a Sicilia; de acuerdo. ¿Pero sacralizar al Estado? Sobre todo, ¿sacralizar a los que manejan al tremolante estado mexicano?
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