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domingo, 24 de abril de 2011

Erasmo, Tomás Moro, y jurisconsultos charlatanes.

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Se publica en la Jornada de 24 de abril de 2011 un escrito sobre Erasmo de Rotterdam; Erasmo, pensador del siglo XVI, renovador de los estudios sobre lengua griega y latina, apologista de la fe cristiana –en la precisa encrucijada entre protestantismo y catolicismo-, y autor del libro “Elogio sobre la Locura”.

Comenta Augusto Isla en dicho escrito algunos visos sobre la nostalgia en la personalidad de Erasmo –bien intencionado, deseoso de una paz y hermandad imposible ya entre cristianos-, y su sencillez religiosa – centrado en la búsqueda del amor al prójimo, y no en el dogma y en la reflexión teológica-. Aquí aprovechamos dicha publicación para retomar algunas partes relevantes del mencionado libro de Erasmo.

“No me cansaré de repetirlo: los hombres se alejan de la felicidad cuanta más ciencia posee. Son doblemente necios, pues olvidando su condición humana, acumulan conocimientos unos sobre otros y pretenden destronar a los dioses, a ejemplo de los titanes. […] ¡Oh dioses inmortales! ¿Existen seres más felices que esos hombres comúnmente llamados locos, aturdidos, necios y estúpidos, epítetos que en mi opinión son los más honrosos? Desde luego que no […]”

“Los jurisconsultos pretenden el primer lugar entre los doctos, y no hay quien esté más satisfecho de sí como ellos. Como nuevos Sísifos, ruedan su piedra sin descanso, amontonando leyes sobre leyes, glosas sobre glosas y opiniones acerca de toda clase de asuntos. Procuran que parezca su ciencia la más difícil de todas, pues creen que un asunto tiene más mérito cuando más intrincado es. […] Podría perdonárseles su charlatanería si no fuesen tan pendencieros, hasta el punto de que por una insignificancia se enredan en una trifulca, y mientras están ocupados en ella, la verdad se les escapa […]”

En el primer párrafo vemos la apología de la sencillez; empero (como se señala en el escrito de Augusto Isla), no se trata de la sencillez idiota; es la sencillez humilde, que renuncia a sí mismo, y que sólo busca amar, que todo lo resuelve en la entrega al prójimo, aún sobre el propio interés: no duda pues de calificar al cristianismo como locura, en consonancia con San Pablo. De forma irónica, se opone a complicaciones en la doctrina religiosa, complicaciones que de forma usual se sustentan en el mismo San Pablo.

Por último, en lo atinente a los jurisconsultos, Erasmo conoce bien el gremio leguleyo: Erasmo era amigo de un gran abogado, Tomás Moro (que moriría después ejecutado por orden de Enrique VIII, por rehusarse a apoyar su divorcio y su rompimiento con el papa). Y Tomás Moro, amén de genial jurista (basta ver la transcripción del proceso que lo llevaría a la muerte), fue brillante político. Pero todo eso, toda la comodidad de la vida en la corte, la seguridad de su familia (santo Tomás Moro estaba casado), lo abandonó por esa locura llamada “cristianismo”, si no será locura dejar la vida por negarse a que el rey se volviese a casar. Su actividad legal fue secundaria a su actividad como educador (sobre todo de sus hijas, cosa impensable en aquella época) o como filósofo social, con su “Utopía

Con lo anterior, se entiende que en un juego de palabras, haya nombrado Erasmo a su escrito (en latín, idioma en el que lo escribió) “Moriae Encomium”, que puede también ser traducido como “en alabanza de Moro”. Así que, en opinión de Erasmo, sólo un abogado, en cuanto no ejerce una abogacía mercenaria, al mejor postor, deja de ser un charlatán. Y no es lo grave eso, sino que por complicar la vida, se encuentra lejos de la “sencilla felicidad”. Salvo que las leyes, desde que murió Erasmo, hayan dejado de ser enfermos recovecos de intrincados tecnicismos, pero creemos que no es así.


Enlace:

[] Noticia: Erasmo, necedad y melancolía.

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