En otra ocasión justificamos el desinterés del aficionado a los toros por ir a ver a jóvenes mexicanos sin ningún atractivo en cuanto a técnica valor o arte en su tauromaquia. Que los grandes vacíos de la plaza son precisamente por esta situación, los jóvenes deben asumir su responsabilidad y mediante su toreo tratar de entrar en el gusto de la afición.
Pero debemos analizar la situación que prevalece en las corridas de postín, cuando los tendidos numerados de la Plaza México se llenan y así también pasa con buena parte del general. Como bien sabemos, las corridas de toros son una fiesta, y no cabe duda que debe prevalecer un ambiente alegre y de lozanía. Sin embargo cuando se pierde el derrotero principal de la fiesta, que es la lidia del toro bravo, acaba por torcerse la naturaleza de esta, es decir, pierde su esencia.
Creemos entonces que existen incontables elementos dentro de la plaza que en un inicio sirven de parafernalia a lo que sucede en el redondel, pero mientras transcurre la corrida, le roban toda la atención a los matadores que se juegan la vida cada tarde. Uno de esos elementos es la música que se toca en la plaza.
Fue en la plaza antigua de Barcelona, el 13 de mayo de 1877, cuando en una faena de Lagartijo se tocó por primera vez música durante la labor muleteril. A partir de ahí ha sido de agrado para el público que en cuanto ovaciona al torero, el maestro de la orquesta ataque por lo general un pasodoble.
Juzgamos del todo inconveniente esta práctica. Aunado a la imperante falta de educación y cultura taurina que se vive en la mayor parte de los cosos mexicanos, la música es un enorme distractor para la atención de una persona. La atención que en un momento está sobre la faena de muleta del matador en turno, en cuanto empieza la melodía se pierde en mayor o menor grado, esto en razón de lo armonioso de la música y lo agradable de la misma. En el mejor de los casos todavía se atenderá lo ejecutado por el torero; pero nos hemos encontrado en lamentables situaciones, donde una gran parte de la afición reunida en una plaza deja a un lado lo realizado por el coleta, para reclamar a través de pitos, gritos e insultos a la Orquesta, que esta ejecute cierta pieza musical, representativa de la región geográfica. Son atroces ejemplos de esta situación los de la plaza de Autlán, municipio del estado de Jalisco, la plaza de Santa María en Querétaro y la Monumental de Aguascalientes, donde a toda hora se exige la sobada Pelea de gallos.
Por otra parte la práctica de pedir música también la utilizan como una vil artimaña algunos matadores de toros, con el fin de congraciarse con el público a la vez de confundirlo. Como dijimos lo agradable de la melodía hará que se pierda la atención, pero además puede llegar a confundir las emociones, pues es por todos sabido que la música tiene el potencial para exaltarlas. Entonces una faena mediocre, a través de la música se puede convertir en una apoteosis, que si bien disfrutará una parte de la afición, será una farsa cuando se realice un análisis posterior de la misma.
De ninguna forma es nuestro propósito que la fiesta se convierta en un rito solemne, mucho menos en un juicio sumario, pero debemos privilegiar las condiciones que sirvan de base para que los protagonistas de la fiesta sean toro y torero. Y no se extravíe el aficionado en elementos accesorios que llegan a ser demás de fatuos, sumamente perjudiciales para el correcto transcurso de la lidia.