En los últimos festejos de la Temporada Grande 2010-2011 del coso de Insurgentes, hemos constatado el suceso que desde hace años ha llevado a la fiesta de toros a una especie de letargo, que solo se supera cuando se anuncia un cartel de postín. Ha mucho tiempo que quedaron los llenos de bote en bote semanales, donde la afición se peleaba un boleto por entrar y deleitarse con las grandes figuras del toreo nacional y e internacional.
Debemos sincerarnos y conceder que los grandes vacíos de la plaza, cuando no se anuncian ciertos nombres de famosos coletas se deben principalmente a la falta de figuras nacionales. Es justificado el desinterés de la afición por ver a jóvenes mexicanos que muestran una apatía oprobiosa cuando se les da una oportunidad en la plaza más importante de América. Sabemos lo arduo de obtener un triunfo ahí, agregado a esto que son ellos los que deben lidiar con las corridas duras, pues las figuras eligen el ganado más propenso para un victoria. No obstante, si estos jóvenes dicen ser doctores en tauromaquia, deben librar cualquier escollo con tal de salir avante ante un compromiso de semejante talante.
Hemos hablado también de la falta de técnica de la mayor parte de la baraja taurina nacional, como principal defecto que hace de la lidia un espectáculo nada estético, tedioso y poco atractivo. Incluso los espadas mexicanos podrían excusarse con esa carencia: al adolecer de pericia, es decir, no tener sitio, es casi imposible triunfar ante toros que presentan complicaciones que solo una muleta poderosa podría dominar. Este pusilánime argumento se hace polvo cuando sale a relucir uno de los estilos de torear más conocidos y reconocidos por su valentía: el tremendismo. Gran tino tuvo el maestro Delgado de la Cámara cuando intituló Un copazo de aguardiente a una parte de su obra Revisión del toreo, donde dedica sus palabras a los exhibicionistas del valor.
Entonces tenemos aclarada la interrogante, ¿si un torero no es de los llamados artistas y a su vez carece de técnica, qué es lo que queda? El valor precisamente. Pegarse un arrimón con todos los toros, todas las tardes. Habrá una gran cantidad de aficionados que desprecien este estilo, pero es sin duda la base del toreo. ¿Qué pasa con las bellas formas, si no se tiene valor ante la bestia? Es claro que se desvirtúa la tauromaquia, esas formas estéticas quedan en un amaneramiento abyecto.
Creemos que el tremendismo puede ser un derrotero que los jóvenes mexicanos pueden utilizar para llamar la atención del grueso de la afición. Jugarse la vida cada tarde tiene un mérito inconmensurable, y es casi seguro que los aficionados honestos y verdaderos amigos de la fiesta se los agradecerán. E incluso a partir de este estilo, con el sitio que ganen los toreros mexicanos a través del tiempo, podrán refinar sus maneras e incluso llegar a una técnica depurada, y dominante; si bien no con las dotes artísticas de las máximas figuras del toreo mundial.
Lo que proponemos es salir de la mediocridad, si es que en ese estado nos encontramos y no en uno mucho peor. Es bien sabido que muchos de los jóvenes que quieren llegar a la cúspide del toreo lo hacen ante la falta de otras oportunidades. La frase que intitula esta colaboración es una declaración que contiene el inicio de la historia del toreo a pie, cuando los primeros toreadores se jugaban la vida a costa de todo, con tal de lograr una movilidad social. Pues bien, si lo que mueve a estos nuevos toreros es salir de la miseria, el tremendismo es un camino terrible pero que tiene muchas virtudes: no exige tener arte o técnica depurada y sin embargo a través de este se puede lograr la segunda y además ser un muletero poderoso. Y además, si lo único que quiere el joven coleta es la movilidad social (o la plata), estamos ciertos que el camino del valor habrá de llenar de satisfacciones al matador, y que a través del tiempo aprenderá a amar su profesión.
Sabemos que es un sinuoso camino: “se impone un trago de aguardiente”, bien dice el maestro.
[1] El Espartero es el autor de esta conocida frase, que posteriormente fuese atribuida a El Cordobés. Y además da título a una obra del escritor mexicano Luis Spota.