Se han cumplido nueve corridas de la actual Temporada Grande 2010-2011 del coso de Insurgentes, y hasta ahora los coletas mexicanos han estado muy por debajo de las expectativas que se tienen de cualquiera que se presente en la plaza más importante de América.
Y agregado a lo anterior, son los toreros europeos los que han tenido triunfos contundentes, y que han dejado satisfecha a cabalidad a la afición que cada domingo se retrata en la taquilla.
En nuestra opinión, son dos los problemas fundamentales que mantienen en un letargo a la tauromaquia mexicana, a saber: la falta de técnica y la pérdida de la identidad, que durante la década de los treinta y cuarenta, dieron realce a la fiesta del pueblo.
En otras ocasiones hemos tratado el tema de la técnica muleteril, y el craso error –y que echa por la borda todo intento plástico– de prácticamente bailar entre pase y pase. Ahora debemos rememorar los elementos que dotaron al toreo mexicano de un sello particular.
Creemos pues, que son las suertes capoteras las que dieron la calidad de endémico al toreo mexicano. Y como icono de ingenio y creatividad con el percal destaca el nombre del Pepe Ortiz. Su inventiva no tiene parangón, creó un sinnúmero de quites.
Nos entera el maestro Delgado de la Cámara, en su Del paseíllo al arrastre que debió ser el deporte nacional –la charrería–, lo que sirvió como fuente de inspiración al orfebre tapatío para crear suertes de tanta complejidad. El capote es para Ortiz, lo que el lazo para los charros.
A Pepe Ortiz le siguió el poeta del toreo, Alfonso Ramírez el Calesero, que con su característica caleserina continuó con su personal estilo de torear, a la mexicana. En todo el mundo taurino se habló en esas décadas de lo variado de los toreros mexicanos, sobre todo en los primeros dos tercios. Es decir, si con el capote se tenía un enorme repertorio, los mexicanos también eran grandes rehileteros, y esto hacía que fueran toreros completos.
Se tiene noticia que a partir de la llegada de Paco Camino a los ruedos mexicanos, se diluye el interés entre los espadas mexicanos de cultivar los primeros tercios de la lidia. Y a partir de ahí, se centrarán en la faena de muleta. Escribe Domingo Delgado: “…después de ver a Camino el toreo mejicano queda totalmente anonadado. La nueva generación de toreros mejicanos tiene en Camino a su dios profesional”.
Y este desinterés por innovar con el percal, –no solo en México, también en la Península Ibérica– trae como consecuencia la monotonía en el primer tercio. Los actuales toreros apenas si se atreven a lancear por las complicadísimas verónicas, para que posterior al clásico monopuyaso nos receten sus mal ejecutadas chicuelinas.
El público está deseoso de volver a ver los giros y filigranas de un quite por orticinas, tapatías, el quite de oro, caleserinas, fregolinas o gaoneras. Y dejar un poco de lado la mentada chicuelina, que por cierto ni siquiera se ejecuta de forma ortodoxa.