Nuestra  propuesta anterior para encaminarnos a la plenitud tiene también su  fundamento en Russell. Una vez más, señalamos que la solución que  Russell da a la cuestión más importante de nuestra vida (la felicidad),  consiste en términos plenos y potentes que, empero, no tendrían ningún  sentido, según el rasero que el mismo Russell utiliza en otros textos  suyos. Su libro “La conquista de la felicidad” es una interesante  constatación de la utilidad relativa de la supuesta “objetividad” del  conocimiento científico.
“[…]  Para encontrar el camino (fuera de la desesperación), el hombre debe  ensanchar su corazón, tanto como ha ensanchado el cerebro”.
La  idea es contundente: ni éste es un mundo feliz, ni se atreve a sugerir  si el hombre tiene o no una inclinación al bien. El filósofo galés  aclara que el hombre “debe ensanchar su corazón”, esto es, hacer un  esfuerzo; trabajar, agotarse en la continua labor de ser más humano. El  panorama que Russell ofrece sobre la naturaleza humana no es halagador,  pero es elocuente a más no poder.
Parte  de ese trabajo por “ensanchar nuestros corazones” es el entender lo  simple de la vida, o al menos la simpleza del hecho de encontrarnos  vivos; en estas condiciones, se antoja ridículo el ego y la valoración  excesiva de nosotros mismos, que a veces prohíben que disfrutemos de las  verdades o hechos más sencillos que nos rodean. Así lo expresa el  filósofo en el libro referido:
“[…] La imaginación tiene ancho campo […] Es verdad que la mayor parte de nosotros somos demasiado importantes para dedicarnos a placeres tan sencillos […]  Los hemos juzgado, por cualquier motivo, indignos de un hombre hecho y  derecho. Ésta es una completa equivocación; toda ocupación que no  perjudique a un tercero tiene su valor. En cuanto a mí, colecciono ríos;  me gusta haber recorrido el Volga y el Yangtsé, y siento mucho no haber  conocido el Amazonas y el Orinoco” (negritas añadidas).
 
 
 
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