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domingo, 1 de mayo de 2011

ELEMENTOS RACIONALES EN LA DISCUSIÓN SOBRE JUAN PABLO II

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El concepto de beatitud (y también el de santidad), se ha recibido como parte del depósito de fe (en específico, parte de la tradición) que la Iglesia católica (la comunidad, bajo la jerarquía legítima) protege y transmite de generación en generación, es decir; no es un término abierto a nuestra reflexión racional; no pudimos haber llegado a tal concepto por el mero uso de nuestra mente.

Dentro de esta tradición, se asume que la calidad de siervo de Dios (previa a la beatitud), la de beato y la de santo, se adquiere de forma personal, por gracia (gratuitamente) de la divinidad, a través de la vida. La Iglesia tiene, a la par, un procedimiento para reconocer a algunas de estas personas. Entonces tenemos otro elemento propio del depósito de la fe (la intervención divina), y ajeno a una discusión racional.

Por lo tanto, cuando se quiere “poner en su lugar” a la Iglesia, y decirle que no debería reconocer a Juan Pablo II como beato o como santo, el detractor usa terminología que se origina y depende de forma absoluta de dicha Iglesia, para inconformarse con el uso que esa Iglesia hace de su terminología. Así pues, se discute que sí hay santos (los que la Iglesia ha declarado), pero que esta particular persona “no merece” ser santo o beato (aunque la Iglesia lo declare).

O se reconoce, en el campo de la fe, la existencia de beatos y santos, y por tanto se acata al procedimiento que culmina en dicha declaración, o bien no se es partícipe de esa fe y por tanto la beatificación de Juan Pablo II es tan irrelevante y absurda como cualquier otro acto de un grupo de seres humanos que hablan con un amigo imaginario llamado Dios. El término medio (utilizar algunos conceptos recibidos de parte de la Iglesia católica, para atacar algunos otros conceptos que están en el puro campo de la fe) no es coherente.

Si se da por sentada la fe, entonces no queda más que revisar el procedimiento para declarar beato a Juan Pablo II (mismo que fue abreviado por Benedicto XVI, en virtud de  un particular sensus fidei, “sentido de la fe”, que se refiere al sentir espontáneo y sencillo de la masa de fieles católicos, y que es un lugar válido dentro de la teología), el cual fue satisfecho. Por lo tanto, en esta beatificación, ha sido fiel la Iglesia a lo que ha realizado por cientos de años.

Si la beatitud de Juan Pablo II escapa a todo análisis racional (o porque no se es católico, y entonces es absurdo, o porque sí se es católico, y esto está en el mero campo de la fe), no escapa a dicho análisis: 1) el ocultamiento deliberado por parte de la jerarquía eclesial de episodios polémicos de su vida. 2) El papel demasiado político que ejerció en su pontificado. 3) Lo poco que la mayoría de la gente sabe acerca de la verdadera obra de Juan Pablo II, que si bien en el campo teológico es muy digna de alabanza, precisamente en el campo político rayó en lo grotesco y en el silencio criminal.

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