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sábado, 30 de enero de 2010

El costo de la educación en México.

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El Papa Benedicto XVI, en su más reciente encíclica titulada “La caridad en la verdad”[1], llama la atención sobre el verdadero desarrollo humano y su motor, que es el amor. En esta línea, sin tratar de sacar a las palabras de su contexto, podemos afirmar que, contra todo pronóstico, ahora sí en serio, de verdad, hay cosas que el dinero no puede comprar.
Más aún, cuando pensamos que el dinero lo puede todo, damos origen a diversos problemas; si creemos que lo puede todo, muy probablemente haremos todo por él. Si bien el problema de la inseguridad no se reduce a esto, sí consideramos necesario llamar la atención sobre el punto. En definitiva, al enfrentar  a la inseguridad, se debe contemplar un aspecto formativo, y no sólo confiar en la expedición de leyes y el uso de la fuerza pública (la cual también requeriría para su correcta aplicación de individuos educados, y no sólo entrenados, cual simpáticos sabuesos).

 “La técnica es el aspecto subjetivo del actuar humano, cuyo origen y razón de ser está en el elemento subjetivo; el hombre que trabaja. Por eso, la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo […]”[2]. ¿Con qué fin empleamos nuestra técnica? En gran parte de la sociedad, la obtención de riqueza económica se sitúa como el  fin más alto, sino es que el único. Lo que buscamos afirma lo que somos, y si sólo buscamos dinero, entonces no somos nada sin él. Así las cosas, se puede llegar a supeditar nuestra vida a la riqueza, y si se encadena de esa forma nuestra vida, no es de extrañar que encadenemos a otros seres humanos  por el afán de obtener más dinero. Perversamente, juzgamos la utilidad de las cosas según la riqueza que nos puedan traer. Negamos que el dinero sea un instrumento en nuestra vida y lo volvemos integrante de la misma, hasta que perdemos la vergüenza, desechamos la hipocresía, y entonces descaradamente utilizamos a las personas para conseguirnos dinero.

Sin remitirnos al uso de burdas y exasperantes comparaciones, podría ser que, hermanados por el afán vacuo de dinero, sólo tengamos formas menos brutales y violentas para exteriorizar nuestro egoísmo y nuestro desinterés por los demás. Desarrollamos una elegancia y fineza para desenvolver nuestros abusos, trampas y faltas de honestidad. Hemos de recordar pues que incluso nuestra legislación reconoce otras formas de violencia, además de la torpe violencia física empleada por los delincuentes, los cuáles al parecer no conocen métodos más refinados y sutiles de aprovecharse de los demás, y por lo tanto, merecen ser más severamente castigados por tener la poca delicadeza de echarnos en la cara las infamias que se llegan a cometer por dinero. Para tranquilidad nuestra, empero, podemos juzgar la anterior comparación como hiperbólica.

Es necesario crear una educación que coloque al dinero en su lugar, que lo haga servir a fines humanitarios (tales como el consumo moral[3] y la economía de la gratuidad[4]), y que logre con su uso afirmar la humanidad de aquellos que lo tienen. Tanto el rico como el pobre pueden ser víctimas y victimarios de la avaricia y la ambición, y podemos afirmar que la violencia y deshumanización en el uso del dinero se ejerce primordialmente de persona a persona, y  no de clase social a clase social.
El uso del dinero requiere de una pedagogía que transmita el cómo debemos considerar al dinero y qué márgenes deben escapar de su influencia Por supuesto que las ambiciones del individuo no tienen que ser acalladas, sino deberán ser dimensionadas desde una perspectiva social, que deje claros los efectos nocivos de la ambición desmedida, de la opulencia y de la concentración injusta de las riquezas. El mensaje debe ser contundente, de tal forma que entendamos que no presenciar las tragedias y conflictos que la escasez de dinero provoca en los demás, no implica que no seamos responsables, cuando tenemos los medios económicos para subsanarlos; responsables, no culpables, dispuestos y prontos para solucionar cuanto esté a nuestro alcance, pues a fin de cuentas, no nos cuesta nada.

Esta dimensión social, no podrá ser interiorizada por la mera argumentación, la cual no funcionará si no hay un vínculo de familiaridad y comprensión, y sobre todo, sino hay coherencia entre lo que se vive y lo que se hace, como hace más de 400 años señaló Comenio en su Didáctica magna. En una palabra, la hipocresía no haría más que complicar las cosas, porque por una parte diríamos que el dinero no lo puede todo y, por otra, haríamos todo por y mediante el dinero. Y es aquí donde quizás estamos como sociedad, lo cual corrobora aún más lo dicho respecto a la inutilidad del discurso, pues, como bien dijo en la década de los ochentas el monero Ochoa, “¿Por qué entonces, si estamos tan bien, estamos tan mal?”

Una expresión humanitaria que dirija nuestras relaciones monetarias, sólo puede ganar terreno mediante el ejemplo, pues cada uno debe probar que se puede ganar dinero en la vida sin dar la vida por el dinero. Similar enfoque, que coloque por un lado a la pobreza como una responsabilidad social, y por el otro señale la dimensión personal de la enseñanza, lo manifiesta Rousseau en su obra Emilio o de la Educación:

“Maestros, dejaos de puerilidades, sed virtuosos y buenos, y grábense vuestros ejemplos en la memoria de los alumnos, […] En vez de darme prisa a exigir de mi pupilo obras de caridad, más quiero hacerlas yo en su presencia […] y, si al ver que ayudo a los pobres me hace preguntas […] le diré, “amigo mío, esto consiste en que cuando los pobres consintieron en que hubiera ricos, prometieron los ricos mantener a aquellos que ni con sus bienes ni con su trabajo se pudieran sustentar”.[5]

Dice Fernando Savater, que “La función de la enseñanza está tan esencialmente enraizada en la condición humana que resulta obligado admitir que cualquiera puede enseñar […]”[6]. El hecho de que imperen las ansias de dinero más vulgares y ofensivas recae sobre nosotros, y será así hasta que nos formemos y formemos a otros. El costo de formarnos sin duda será muy elevado, y también requerirá grandes esfuerzos, pero jamás habrá dinero que nos compre sus beneficios.
Hemos afirmado que el dinero no lo puede todo, por lo cual no vemos como la educación sobre el mismo pudiera resolver todo. Pero al menos sabremos que a ningún hombre “se le llegará al precio”, lo cual seguramente resolverá muchos problemas.

Alfonso Galván Robles

[1] Caritas in veritate, 29 de junio de 2009.
[2] Supra, párrafo número 60.
[3][…] Es bueno que las personas se den cuenta que comprar es siempre un acto moral […] El consumidor tiene una responsabilidad social específica, que se añade a la responsabilidad social de la empresa.” Ibídem, párrafo 66.
[4][…] Junto a la empresa privada, orientada al beneficio, y los diferentes tipos de empresa pública, deben poderse establecer y desenvolver aquellas organizaciones productivas que persiguen fines mutualistas y sociales.”Ibídem, párrafo 38.
[5] Rousseau, Juan Jacobo: Emilio o de la educación, México: Editores Mexicanos Unidos. Segunda parte, p. 86
[6] Savater, Fernando: El valor de educar, México: Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América. Capítulo 2, Los contenidos de la enseñanza, p. 45.

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