Jesús Silva-Herzog Márquez escribió hace 3 días un artículo en dónde exponía sus argumentos a favor de la demanda del Movmiento Progresista. Para Márquez, el Tribunal debió decidir sobre sí en México hubo elecciones libres y si estas fueron auténticas. Dejamos debajo el artículo completo, llamado "La responsabilidad del Supremo Tribunal Electoral" el cual vale la pena revisarlo ante la decisión del Tribunal Electoral de desechar la impugnación de la elección presidencial:
Encuentro un acierto en la demanda del
Movimiento Progresista que pide la invalidez de la elección presidencial: llama
al Tribunal Electoral a reconocer la plenitud de su función constitucional. En
efecto, los abogados de Andrés Manuel López Obrador exigen que el tribunal
asuma su responsabilidad como el último garante del orden constitucional en
materia electoral. Si la Constitución postula una serie de principios democráticos
para el proceso electoral, ese órgano ha de ser el último encargado de hacerlos
prevalecer. Más allá del detalle procedimental, le corresponde verificar si en
México hubo elecciones libres y si éstas fueron auténticas. El nombre del
Tribunal no da cuenta del sitio que ocupa en el edificio estatal. Su inmensa
responsabilidad política no queda reflejada en su apelativo. El Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación es, en realidad, el Supremo
Tribunal Electoral. Una instancia del orden constitucional: por encima de los
poderes locales y también de los poderes federales. Como la Suprema Corte de
Justicia, el tribunal electoral es una instancia suprafederal encargada de
vigilar que los poderes públicos se ajusten, en materia electoral, al derecho y
a los cánones democráticos. Que las autoridades surjan, efectivamente, de la
voluntad de los electores.
De los defectos argumentativos, de los
descuidos en la redacción y de los absurdos en la demanda del Movimiento
Progresista se ha hablado mucho y con razón. Sigo pensando que la demanda
presentada no es una pieza de argumentación persuasiva, que trata la sospecha
como si fuera prueba plena, que suministra escasas pruebas para convencer a los
jueces de la seriedad de su alegato. Sin embargo, la petición plantea a los
magistrados del tribunal electoral una pregunta ineludible. ¿Tuvo México
elecciones auténticas? ¿Hubo realmente libertad para que los ciudadanos votaran
sin presiones, sin amenazas en julio? ¿Prevaleció la equidad?
El Tribunal puede dar dos respuestas a
estas preguntas. Puede eludir el núcleo del reclamo, escudado en una corta idea
de la legalidad: ignorar las preguntas sobre la libertad electoral, la
autenticidad del sufragio o, en general, las condiciones de la competencia
democrática. Esos son asuntos que nos rebasan, podrían decir: a nosotros apenas
nos corresponde la estricta legalidad. Repitiendo un par de fórmulas
judiciales, podrá vindicar una tesis por la miopía: el tribunal puede ver con
claridad lo que tiene frente a la nariz pero no se atreve a ver a lo lejos
porque todo lo ve borroso. La segunda respuesta no implicaría una respuesta
específica pero supondría tomarse muy en serio las preguntas. La sentencia del
Tribunal debería construir una tesis básica sobre la libertad del sufragio, una
tesis sobre la autenticidad del voto, una tesis sobre las condiciones democráticas
de la competencia. Sólo a partir de esas nociones podría evaluar el proceso del
2012. Sólo con respuestas de este tipo podría el Tribunal dignificar su
condición de tribunal supremo. Quiero decir que, independientemente del
veredicto de ese órgano judicial, importan los argumentos que ofrezcan, las
razones que esgriman los magistrados para pronunciar la última sentencia del
proceso electoral del 2012.
En efecto, al tribunal le corresponde clausurar judicialmente la elección. No hay instancia ulterior a la que pueda acudirse tras su sentencia. Sin embargo, su palabra no será la última en el debate público: tras la sentencia, vendrá la polémica. Lo menos que puede esperarse del Tribunal es que atienda el núcleo de la demanda y dé respuesta puntual a las acusaciones que contiene. Al Tribunal corresponde, ni más ni menos que legitimar, con argumentos, la vía institucional de la democracia mexicana. No puede esperarse que el veredicto sea universalmente aplaudido. Como todo fallo, generará descontentos. Pero lo que no puede aceptarse es que la resolución final sobre este proceso calle ante una válida solicitud de claridad. Así entiendo la posición de los sectores más razonables del Movimiento Progresista: hemos hecho un alegato y hemos formulado una petición jurídica concreta. Esperamos que el tribunal responda con argumentos y que no esquive el bulto.
En efecto, al tribunal le corresponde clausurar judicialmente la elección. No hay instancia ulterior a la que pueda acudirse tras su sentencia. Sin embargo, su palabra no será la última en el debate público: tras la sentencia, vendrá la polémica. Lo menos que puede esperarse del Tribunal es que atienda el núcleo de la demanda y dé respuesta puntual a las acusaciones que contiene. Al Tribunal corresponde, ni más ni menos que legitimar, con argumentos, la vía institucional de la democracia mexicana. No puede esperarse que el veredicto sea universalmente aplaudido. Como todo fallo, generará descontentos. Pero lo que no puede aceptarse es que la resolución final sobre este proceso calle ante una válida solicitud de claridad. Así entiendo la posición de los sectores más razonables del Movimiento Progresista: hemos hecho un alegato y hemos formulado una petición jurídica concreta. Esperamos que el tribunal responda con argumentos y que no esquive el bulto.
Un inmenso daño nos hizo el tribunal
hace seis años con una sentencia confusa y, en el fondo, incoherente. Los
magistrados enlistaron las infracciones electorales y las interferencias
antidemocráticas que amenazaron el proceso electoral. Una elección reconocida
judicialmente como viciada que, sin embargo, fue judicialmente validada sin que
mediara una razón persuasiva. Sí, la elección fue sucia, nos dijeron. Pero no
importa, nuestra sentencia la limpia y punto. No puede repetirse el expediente:
el tribunal debe responder si en México hubo elecciones libres y auténticas, si
las condiciones de la competencia corresponden a los principios democráticos
elementales. Esa es la responsabilidad del Supremo Tribunal Electoral.