Cuando los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo allá a finales del siglo XIX, estaban convencidos de que su creación sería una moda pasajera. Sus primeras películas, sin dejar de ser impresionantes (pongámonos un momento en los zapatos de aquella gente), eran tan solo escenas de la vida diaria: un tren llegando a la estación, obreros saliendo de una fábrica, una familia desayunando, etc. Fueron otras personas, verdaderos genios, los que que muy pronto se dieron cuenta de que las posibilidades del cine eran inmensas, y que podía utilizarse para algo que el ser humano ha venido haciendo de distintas formas por miles y miles de años: contar historias. Entre estos genios se encuentra sin lugar a dudas el francés Georges Meliés, mejor conocido por su obra El viaje a la Luna, uno de los íconos de la historia del cine.
Después de poco más de un siglo de historia y de cientos de mejoras técnicas desarrolladas durante ese tiempo, llegó a las salas de cine una innovación más: la tercera dimensión. Por años me pareció un invento bastante insulso, por decir lo menos. Definitivamente se lograba que algunas cosas fueran visualmente curiosas, pero en realidad no contribuía en nada a la narrativa de los filmes que la utilizaban. Es decir, no iba más allá de algunos momentos de asombro en los que tenías un dragón en la cara o alguna otra cosa por el estilo. En muchas ocasiones se propiciaba que uno estuviera más pendiente de la siguiente escena impresionante que saldría a cuadro que del desarrollo de la historia, y si a esto le sumamos a toda la gente levantando su mano para tocar las cosas que “salen de la pantalla” y el dolor de cabeza con le que salí un par de veces, ver una película en tercera dimensión era de verdad francamente insoportable. Y entonces llegó otro genio, Martin Scorcese, y después de dos horas entendí para qué sirve el 3D.
Desde luego, me refiero a La invención de Hugo Cabret, la más reciente cinta del director estadounidense, su primera película que utiliza la tecnología de tercera dimensión y probablemente también la primera que puede ver sin problemas toda la familia. En ella nos cuenta la historia de Hugo, un niño que ha quedado huérfano y trabaja en la estación de trenes de París dando mantenimiento a los relojes, mientras intenta recolectar las partes necesarias para reparar un artefacto misterioso y fantástico que quizás pueda darle un último mensaje de su padre. Una aventura entrañable que termina haciendo un increíble homenaje a la cinematografía como arte y a un personaje en particular, poniendo de relieve su relación con la literatura y el espíritu de invención y magia que ha tenido desde sus inicios.
La cinta tiene un manejo del 3D impactante. No sólo porque te deja con la boca abierta desde el primer momento y hasta el final, sino porque se integra perfectamente con la narración de la historia. Para decirlo de otra manera, la parte visual, aunque en verdad es impresionante, creativa y de una calidad estética que no se ve a menudo, sólo contribuye a terminar de sumergir al espectador en la historia, está siempre a su servicio y en todo caso la magnifica.
Parece ser que el 3D llegó para quedarse, quizás no en todas las películas, pero sí en aquéllas que requieran un soporte visual mayor. Sin embargo, creo que La invención de Hugo Cabret ha impuesto un nuevo estándar de calidad que será difícil de superar, no por la parte de lo espectacular que pueda ser, sino por lo bien que contribuye a la que creo sigue siendo la misión principal de la cinematografía: contar buenas historias. Imperdible.
Me gustaría saber que película es mala en el mundo de felicidad de Chucho Valdés
Ojalá nos pudieras comentar de Los Decendientes, saludos