David Prosser, juez de la Suprema Corte de Justicia de Wisconsin, Estados Unidos, es un apasionado de las leyes: el año pasado, en un tenso debate, llamó a la juez Abrahamson “perra”, además de jurar “destruirla”. Pero en esta ocasión, su amor por las normas lo llevó, durante una discusión acerca del presupuesto propuesto por el gobernador de Wisconsin, en el que se recortan beneficios a los trabajadores públicos, a agarrar por el cuello y ahorcar a la juez Ann Walsh Bradley.
La misma víctima se ha encargado de difundir la historia: “estábamos discutiendo en mi oficina, y le pedí que se fuera de la misma, por lo cual se enojó, me tomó por el cuello y me ahorcó”. La escena fue presenciada por los demás miembros de la corte, que sin embargo no han querido pronunciarse al respecto. Prosser ha declarado que se probará que tal acusación es falsa, y también ha justificado su conducta con la juez Abrahamson y con la juez Bradley por ser unas “manipuladoras”.
La cautela del resto de jueces es admirable: al parecer, no basta con que hayan visto: quieren más pruebas antes de declarar; después de todo, ¿qué otras pruebas van adminiculadas con su testimonio? Quizá lo que creen que vieron fue producto de una histeria colectiva… habrá pues que estar bien seguros, antes de emitir cualquier declaración.
Uno no podría creer que tal sujeto permanezca incólume en su posición; empero, cuando uno considera que ha votado siempre a favor de los intereses del gobernador de Wisconsin –lo que incluye este último caso, al defender el presupuesto del gobernador-, la intriga se disipa, y podemos explicar porque este paladín del derecho sigue con su reparto de justicia, dando a cada quien lo suyo, entre sus mismos colegas.
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