Cumplirá la siguiente semana 65 años de existencia, y ante los carteles tan rematados que se rumora se presentarán en la Monumental Plaza de Toros México, los más de cuarenta mil fieles y entendidos aficionados irán a ver a sus figuras favoritas de la baraja taurina mundial.
Porque como sucede cuando se anuncia a E. Ponce, el Juli, José Tomás y otros toreros extranjeros, es cuando queda cubierto el cemento de la monumental de Insurgentes, pues nuestro querido pueblo fiel a la mercadotecnia, no pierde oportunidad para salir en las páginas de sociales de los tabloides de postín de la editorial mexicana. Y si no es posible lo anterior, por lo menos podrán presumir en las cientos de oficinas al día siguiente, “viste al Juli, es buenísimo… Diego Ventura es lo mejor… ¿Apoco te gustan los toros? Claro siempre voy…” –es cuando no entendemos por qué siempre se ve tan vacía la México– y otras joyas a la estulticia e insulsez.
Pero no se trata de reprobar a los aficionados que solo se retratan en las taquillas cada venida de obispo. Pues bien esta dañina condición de nuestra fiesta, puede deberse al encarecimiento de la vida, lo poco atractivo de la tauromaquia mexicana, o un sinnúmero de factores. No obstante, sí podemos colegir que la eventual afición a la fiesta brava, adolece de una preocupante inopia de cultura taurina.
¿Cuál es la forma lógica y sensata de interpretar la tauromaquia del rejoneador Ventura, si solo nos comentan “es lo mejor”? Ante la tremenda elucubración, solo queda responder con el mutismo, pues la experiencia nos ha enseñado que a un buen grueso de estos sesudos aficionados no les concierne interpretar, a través de la ortodoxia del rejoneo –o del toreo a pie, según sea el caso– cada lidia que se presenta en una plaza de toros. De forma lamentable se quedan con los giros de los cuacos, y los pasos –bailes según ellos– a la alta escuela de los caballos. Pero de ninguna manera se atreven a hablar, o siquiera se percatan de la ejecución de los rejones. Igualmente acaece en el toreo a pie, pues son pocos los que tratan de analizar las suertes capoteras (ya no digamos saber sus nombres), la técnica con los palitroques o bien la construcción de los pases con la muleta.
Y más preocupante aún es que no es endémico a la fiesta de toros, el desinterés por la educación y la cultura se presenta en todos los ámbitos de “la vida nacional”. Salta a la vista los lugares comunes en cualquier discusión, sea política, científica o cualquier otra materia. Y no solo la apatía como estandarte, de igual forma la temeridad como respaldo al desvalimiento intelectual.
Afortunadamente no es un escollo insalvable, pues es posible salir de la canija mediocridad, a través de la pertinaz labor educativa. Estamos ciertos que –por lo menos en la taurina materia– mediante la lectura, análisis de faenas en vídeo y discusiones entre aficionados verdaderamente entendidos, es posible crear una auténtica afición a la fiesta donde se defiendan los valores esenciales de la misma. Y por fin salir de los tópicos y frases frívolas que en el inicio del texto aparecen como entes, que impiden ver a plenitud lo estético, hermoso y honesto de la fiesta de seda, sangre y sol.
.jpg)
