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miércoles, 24 de febrero de 2010

Sócrates dice que no tengo que saber lo que tú tampoco sabes

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En la misma tónica que “si no votas, cállate”, es común que algunos se lancen afanosamente en contra de las opiniones críticas bajo las argucias siguientes: “¿acaso sabes hacerlo mejor?”, “¿tienes tú la solución?”, “¿sabes lo que es estar en esa posición?”.

Esos comentarios parten de una premisa falsa: se tiene que saber la respuesta correcta, para poder preguntar. ¿Acaso usted conoce como solucionar la inseguridad? ¿No lo sabe? Ah bueno.  Bueno, entonces usted cállese, porque usted no va a poder siquiera preguntarse si la estrategia seguida por el presidente es la correcta o no.

Así, según estos petulantes individuos, se debe ser abogado, para saber que se tiene un problema legal, o bien se debe ser médico, para saber que uno está enfermo.

Este tema es abordado en la columna dominical de Sara Sevchovich, misma que, con diáfana claridad, expone: “los lectores suponen que cualquiera puede proponer una solución a un problema. Y eso no es cierto. Si yo lo hiciera, sería igual a los políticos que critico, que se creen sabelotodos […] Pero no puedo hacer propuestas por la simple razón de que éstas, para que realmente sirvan, requieren de conocimientos, experiencia y capacidad de ver el problema en toda su magnitud”.

La investigadora, pues, simplemente se limita a demostrar la pereza/torpeza/necedad/indiferencia de las autoridades, y ha señalar los problemas que nos aquejan. Su columna –ni ninguna muestra crítica en cualquier otro lado- no debe tratarse como una agencia de colocaciones, donde el crítico se promocione por su capacidad para resolver lo que otros no pueden. La crítica se encamina a la pregunta y al examen, y no a la respuesta, que por demás, bien pudiera no existir.

Un episodio bastante esclarecedor lo podemos encontrar en La Apología de Sócrates de Platón, donde Sócrates, tras verse acusado ante el tribunal de los heliastas por Melito, Anito y Licón (que representaban, según la misma Apología, a los poetas, a los políticos y artistas, y a los oradores y abogados, respectivamente), se defiende de los cargos de impiedad y de corrupción de la juventud. Sócrates cree necesario primeramente establecer que él no es un sofista (si bien los sofistas no eran penados por la ley ateniense), y que lo suyo era un verdadero amor por la verdad y por la humanidad. Así pues, tras referir a los heliastas que el oráculo de Delfos lo declaró el hombre más sabio del mundo, les narró que para desentrañar el significado de tal oráculo, se dio a la tarea de buscar a un hombre que se tenía por muy sabio.

Sócrates charló con él, y contó a los heliastas su conclusión: “Luego que de él me separé razonaba conmigo mismo y me decía: Yo soy más sabio que ese hombre. Puede muy bien suceder que ni él ni yo sepamos nada de lo que es bello y de lo que es bueno, pero hay esta diferencia, que él cree saberlo aunque no sepa nada y yo, no sabiendo nada, creo no saber. Me parece, pues, que en esto yo, aunque poco más, era más sabio, porque no creía saber lo que no sabía”.


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