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domingo, 26 de febrero de 2012

La manida engañifa del Zapata.

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    El lunes veintisiete de febrero de dos mil doce, en el programa conducido por Héctor Martínez Serrano –Buenos días-, se comentó el triunfo del torero Uriel Moreno “el Zapata” en la décimo octava corrida de la temporada del coso de la colonia Noche Buena. Como consecuencia de la cornada inferida por el cornúpeta “Guantero” al coleta tlaxcalteca, el experimentado locutor sacó a colación el conocido pasodoble “Novillero”, y en particular de la cruenta estrofa que señala “…torero, quién sabe, si el precio del triunfo lo paguen tu vida y tu sangre.”

            Esta atinada comparación va más allá de la trágica frase y la lesión sufrida por el matador. Lo cierto es que las más de las veces se ve al Zapata con los ánimos de un novillero e igualmente con la ausencia de pericia –natural en un pretenso matador- y falta de técnica muleteril. Sus faenas en los primeros dos tercios son un dechado de variadas y vistosas suertes, lo cual en estos tiempos de aridez capotera, lo mismo que con los palitroques es de encomiarse, y da gusto que el grueso de los sedentes tenga a bien festejarlo.

            Sin embargo, cualquiera que tenga dos dedos de frente también habrá advertido de que al momento en que los clarines y timbales tocan a muerte, la faena del tlaxcalteca decae irremediablemente y si acaso logra ejecutar el pase del imposible, el resto de la faena muletera se resume en una tremenda desorientación y pases aislados de factura menor, una verdadera anarquía. Es entonces cuando el ímpetu novilleril resulta insuficiente para redondear lo ya realizado.

            El toro que tocó en turno al torero Moreno como segundo de su lote, expuso su vulnerable y zafio estilo. Empezó el torero con la sarga en la diestra con tres largos muletazos, a correr la mano, a domeñar la bravura y gran estilo del burel, cuando inexplicablemente –o más bien como era de esperarse, con su característico contraestilo-  y con un exabrupto cambió las maneras ortodoxas de hacer el toreo y la bestia le infirió la certera cornada. Y de veras que, aunque se tenga el derecho, ¿qué necesidad había de intentar un churriguerismo, cuando se toreaba de manera sobria y estética? 

            Uriel Moreno ha logrado matizar su técnica malograda con base en dos elementos, uno del todo honesto y válido; mientras que el otro no es más que un ardid, y que consiste en machacar la idea de que su toreo ha cambiado paulatinamente para ser de arte, por bajo y en redondo. La enésima ocasión que se le escuchó decirlo, se tuvo la convicción de que este hombre no tiene contacto con la realidad, que se tomó literales las palabras del rey David “abandonarse del cuerpo, cuando se torea”, con la peculiaridad de que aquel abandonó el buen juicio y la congruencia, no solo cuando está en la cara del toro, sino también al hablar de su fallida técnica. Por cierto que la falta de congruencia y lógica ha plagado a los taurinos en general, que creen que por serlo, no les atañe el más mínimo raciocinio. Faltaba más, si el arte de Cúchares es cosa seria como para que la frívola congruencia intervenga.

            El otro elemento del que se habla es el estilo tremendista adoptado por el Zapata, que es dable elogiar y ponderar. Este estilo ha quedado evidenciado en su toreo cada tarde que hace el paseíllo. No obstante, negar la esencia de su toreo y de ese estilo y manifestar impunemente que él torea por largo y en redondo, no hace sino demeritar sus obras. Y es ahí cuando los triunfos se cosechan con base en farsas, el momento en que se desvirtúa la esencia del toreo y se torna en la vulgar pantomima de rigor.

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