El cine y la farándula por Chucho Valdés: War Horse.

   

   La relación del hombre y el caballo ha tenido desde la antigüedad un componente estético —y hasta poético— muy fuerte. Un lazo quizás difícil de entender en sus cuerdas más fundamentales para la mayoría de nosotros, para quienes la máxima experiencia ecuestre ha sido un domingo en La Marquesa, o un poni en el Parque de los Venados. No obstante, sólo pensarlo dos segundos y me vienen a la cabeza varios ejemplos notables, que van de Alejandro y Bucéfalo hasta dos o tres corridos como El Cantador y el Caballo Prieto Azabache, todos ellos que involucran un lazo emocional y hasta místico de una gran fuerza.

      Sirva esto como preámbulo para hablar de la nueva película de Steven Spielberg, Caballo de Guerra, que cuenta la historia de Joey, un caballo inglés, y su joven amo, Albert Narracott, en medio de las vicisitudes de la Primera Guerra Mundial. Pongo al “caballo por delante” por una muy buena razón: es él precisamente el protagonista de la cinta. Con el estallido de la guerra, Joey es separado de su joven amo con quien había desarrollado una relación muy especial, y viaja al frente como caballo de un oficial del ejército británico; a partir de ese momento, seguimos sus dificultades, cambios de dueño y grandes hazañas, dentro de una narrativa que de inmediato me trajo a la memoria la clásica novela de Anna Sewell, Belleza Negra. En un plano secundario, se nos presenta la historia de Albert, que poco a poco comienza a acercarse, de manera que la esperanza de reencuentro es el hilo que nos conduce a lo largo del filme.

      Nos encontramos frente a una cinta épica con una historia muy clásica, de esas en las que casi podemos saber el final apenas comienza. La apuesta no es, por lo tanto, a causar sorpresa con algún giro inesperado en la trama (que de verdad no tiene ninguno), sino conmover al espectador con situaciones de mucha carga dramática —brutales o enternecedoras— y grandes hazañas. Y la verdad es que sí emociona y estremece pero, al menos desde mi punto de vista, se quedó corta en ese aspecto. Quizás tenga que ver que con el tiempo he perdido el gusto por las películas de guerra, o tal vez que me es difícil sentir empatía al tratarse de un caballo; no tengo aún muy claro dónde está la falla, pero les puedo decir que en una sala llena yo no vi a nadie llorar, cosa rara teniendo en cuenta las características de la historia.

      Sin embargo, hay dos o tres cosas que llamaron mi atención y que considero muy positivas. En primer lugar, que ambientada en la Primera Guerra Mundial, se hace una descripción muy puntual de una de las transformaciones más significativas del siglo XX en cuanto a la historia militar: la inoperancia y posterior desaparición del caballo como instrumento de combate, cosa que entendieron muy pronto y muy bien los alemanes, pero no así muchos otros alrededor del mundo, desde los ingleses y austriacos en Europa, hasta el mismo Pancho Villa en México. Por otro lado una fotografía espectacular y una dinámica en las escenas de batalla que solamente he visto en cintas de Steven Spielberg; si se quieren dar una idea, sólo basta recordar Rescatando al soldado Ryan. Por último una muy agradable partitura de John Williams, siempre fiel a su estilo y muy acorde con el tono de la película.

      No es de mis favoritas, pero sí está recomendable, sobre todo si se tiene en cuenta que es una pieza de corte muy clásico, pero espléndidamente realizada. Y no será la más conmovedora, pero por alguna razón todo el fin de semana he traído en la cabeza aquel estribillo que más o menos comienza: “Era lindo, mi caballo, era mi amigo más fiel”.