En una columna anterior señalamos el papel polémico, incluso grotesco, que Juan Pablo II jugó en la política, creemos nosotros, con demérito del verdadero papel que debió tener como primero de los obispos. No mencionaremos el tema de Marcial Maciel, por considerar estos ejemplos, aún más escandalosos. Narramos pues esta semana un primer episodio, cuyas fuentes pueden ser consultadas al final del escrito.
En 1979, en El Salvador, fue derrocado el dictador Carlos Humberto Romero, y tomó el poder una Junta Militar de carácter conservador; dicha junta, apoyada en un primer momento por los “escuadrones de la muerte” dirigidos por el desquiciado Roberto d´Aubuisson (“Bob Antorcha”, porque personalmente torturaba con una antorcha a sus prisioneros) recibió apoyo diplomático, financiero y de entrenamiento militar por parte de Estados Unidos, bajo la presidencia de Jimmy Carter y después de Ronald Reagan. En 1980, Roberto d´Aubuisson fundó el partido político conocido como ARENA (que aún existe), opuesto a las reformas pretendidas por la Junta Militar, pero colaborador con las fuerzas del gobierno en su lucha contra el izquierdista Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN).
Monseñor Arnulfo Romero, obispo de San Salvador desde 1977, tras su elevación a dicha prelatura, inició una campaña de denuncia en contra de los abusos del gobierno de Humberto Romero, y después en contra de los abusos de la Junta Militar; el 23 de marzo de 1980, expresó en su homilía: “Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. Al día siguiente, mientras consagraba el vino y el pan durante la misa, fue asesinado de un disparo en el corazón. Una investigación de la ONU de 1993 señaló como responsable material a los escuadrones de la muerte entrenados por Estados Unidos, y como autor intelectual a Roberto d´Aubuisson.
Monseñor Romero no pretendía ninguna ganancia personal; lo anterior queda claro, porque, en su lucha por la verdad y la justicia, se quedó solo: aislado del recién electo Juan Pablo II, porque lo consideraba demasiado cercano a la teología de la liberación; aislado del clero salvadoreño, porque los conservadores preferían no irritar al gobierno militar, y los simpatizantes de la teología de la liberación sabían que Arnulfo Romero no era afín a ellos: “Si denuncio y condeno la injusticia es porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado […] El Evangelio me impulsa a hacerlo y en su nombre estoy dispuesto a ir a los tribunales, a la cárcel y a la muerte”. Tal era pues su único objetivo. La gente se vació sobre el funeral del obispo, incluso cuando miembros del ejército comenzaron a disparar a los fieles durante el rito funerario. Romero es ya “siervo de Dios”; no se ve para cuando puede ser declarado beato, no se diga santo…
A la muerte de Romero, le siguió el secuestro, tortura, violación y asesinato de 3 hermanas religiosas y una laica norteamericanas; diversas matanzas de civiles, como la de el Mozote, donde más de mil salvadoreños fueron asesinados, y la ejecución de 6 sacerdotes jesuitas, entre ellos el pensador Ignacio Ellacuría SJ, y sus asistentes.
El congreso norteamericano intentó promulgar una ley para impedir que Reagan siguiera con la ayuda al gobierno salvadoreño; empero, Reagan vetó la ley, y justificó en un discurso el 9 de mayo de 1984, la intervención a favor del gobierno salvadoreño: “San Salvador está más cerca de Houston, Texas, que Houston de Washington D.C. Centroamérica es América; está en nuestra puerta, y es el escenario de un intento audaz de la Unión Soviética, Cuba y Nicaragua, para instalar el comunismo […]”.
Con lo anterior, evaluemos esto: no se cansan de repetir como una virtud heroica la habilidad de Juan Pablo II para ayudar a la destrucción del comunismo. Su alianza con Reagan fue patente; ¿dónde queda pues la denuncia del mal? ¿La valentía para quedarse solo, antes de combatir el crimen con el crimen? ¿Por qué persiguió con tanta saña a la teología de la liberación, que fuera de sus errores doctrinales, es eminentemente libre de violencia, y sí apoyó con el silencio criminal a posturas asesinas? Que por cierto, es el mismo apoyo que se da al permitir la presencia circense en la beatificación de Juan Pablo II, del dictador y asesino zimbabuense Robert Mugabe. Y sólo para ponerlo en perspectiva, por ejemplo, una persona que hubiera abortado no hubiera podido estar presente en esa o en ninguna misa, en virtud de su excomunión.
En la imagen: Monseñor Arnulfo Romero.
Fuentes:
Comisión de la verdad de la ONU sobre el homicidio de Monseñor Romero: http://www.derechos.org/nizkor/salvador/informes/truth.html
Estados Unidos entrenó a los escuadrones de la muerte: http://www.nytimes.com/2005/03/08/international/americas/08salvador.html
Discurso de Reagan de 9 de mayo de 1984: http://www.reagan.utexas.edu/archives/speeches/1984/50984h.htm