En la última década se han sucedido las guerrillas informáticas entre países. En 2003, Taiwán recibió un supuesto ataque del que siempre culpó a China, sin pruebas, que dejó sin servicio varias infraestructuras básicas como hospitales, la Bolsa y hasta los semáforos. Un caos, ordenado y organizado, que no se limitó a un ataque de denegación de servicio, sino que incluyó virus y troyanos. En 2007, Estonia acusó a Rusia de diversas embestidas que alteraron la normalidad de medios, bancos y estamentos gubernamentales. A finales de septiembre, Irán también registró un intento de agresión a su programa nuclear. El programa que se infiltró recibió el nombre de Stunex. Sin un origen claro, el régimen siempre ha acusado a Estados Unidos de su autoría.
Esta vez los simpatizantes de Wikileaks y defensores a ultranza de Julian Assange decidieron tomar la justicia por su mano. La denominada Operación PayBack, venganza, en inglés, ha decidido atacar en primer lugar a la fiscalía sueca, pero también a MasterCard, Visa y Paypal en primer término. Las tres se negaron a seguir teniendo como cliente la página de filtraciones.
La diferencia entre los hackers iniciales y estos activistas es muy clara. En los ochenta y noventa se pretendía alertar a la sociedad de los fallos de seguridad y problemas de privacidad que generaban estos nuevos sistemas informáticos.
La ofensiva contra la compañía financiera es similar a la que sufrió la SGAE recientemente: un ataque de denegación de servicio, que consiste en el envío masivo y simultáneo de peticiones a las páginas para bloquear los servidores que las hospedan y sirven.
Luis Corrons, director técnico de PandaLabs, no ve una gran sofisticación en esta forma de actuar. "Casi a diario vemos intentos como estos pero no consiguen su objetivo. Suelen actuar como los gánsteres: chantajean a las empresas a cambio de protección", expone. "La diferencia estriba en que a este colectivo no le motiva el dinero sino sus ideales y eso sí desconcierta a las autoridades".
Diego Guerrero, autor del libro Fraude en la Red, relativiza el efecto de esta caída: "Es publicitario, para hacer ruido. Echan abajo la web de las tarjetas de crédito pero no el servicio en sí, que sería delito. Es decir, la gente puede seguir comprando. Ahora mismo solo generan perjuicio de imagen y económico". En medio de toda esta alarma colectiva este experto llama a la calma: "El nivel de dificultad para entrar en estos servidores es muy elevado. A veces se pueden escapar datos pero penetrar en su sistema es mucho más complejo".
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[] Noticia: Nadie está a salvo de esta ciberguerra.