En un comentario en su blog de 9 de julio de 2008, Scott Adams, brillante intelectual, economista y caricaturista creador de Dilbert, escribió sobre el porcentaje adecuado que los ricos deben entregarle al gobierno para ayudar a los pobres, y con sorna nos invitó a la reflexión, pues adujo que “dado que una persona que gana 10 millones de dólares al año, puede sobrevivir con un millón de dólares, ¿por qué no quitarle el noventa por ciento? Hay que pensar en toda la gente que ese dinero podría ayudar[…]” Lo más elocuente, es el párrafo inicial: “como todo sabemos, la justicia es un concepto inventado para que los niños y los idiotas pudiesen participar en las discusiones”.
Scott Adams tiene razón. Su visión no es cínica, sino de una elocuencia tremenda. Porque a menudo, la fuerza emocional de la palabra justicia, prorrumpida entre una multitud desesperada, puede movilizar lo que sea. El término “justicia” es vago, indefinible y variable; no podemos más que decir que cuando se demanda justicia, rara vez se sabe si quiera qué fines buscar o qué medios emplea.
El hambre de justicia no es, como bien sostiene Adams, un recurso en una discusión. El deseo de justicia es un motor de la conducta humana. “Justicia” como fin, no nos plantea nada; tampoco “justicia” como medio”. Adams nos desafía a que coloquemos en su lugar la justicia: es un grito del alma humana, pero no es una razón. Por tanto, como plan económico o político, no presenta ningún sustento ni ningún contenido específico.
Paradójicamente, si bien es harto difícil definir a una política justa, no es tan difícil definir al hombre que es justo con los demás hombres; las personas nobles, honestas y esforzadas, a menudo son fácilmente identificables. La justicia, en tanto deseo personal e íntimo, encuentra su mejor expresión en el círculo de los que nos rodean. Quizá el lugar de la justicia es como atributo del ser humano.
La voluntad incólume de dar a cada quien lo suyo, irradia vigor y nos dignifica; nos coloca en una posición verdaderamente humana. Pero no nos hace ni más inteligentes ni nos da argumentos. La justicia es diáfana, y pertenece a una vida simple. Su lugar no es el debate o el foro. La justicia tiene como sede a la conciencia humana y como teatro la vida de todos nosotros; su razón de ser es el movernos a pensar y luchar con tesón por lo que juzguemos conviene a nuestra sociedad.
Nótese pues que el deseo de justicia, a menos que se formulen las realidades concretas a atajar, puede quedarse en un simple apetito inútil. El hombre justo sabe qué hacer, y no lleva simplemente la palabra en la boca, para gritar y pedir lo que de suyo es imposible definir sin recurrir a nociones etéreas.
Podemos así entender mejor por ejemplo, por qué el jurista argentino Roland Arazi señala que el verdadero juez “es el que siente dolor ante la injusticia”.
estoy de acuerdo con esta nota, por q el termino justicia hoy en dia se le da un efecto institcionalista, siendo por todos conocido que las intituciones en este tiempo estan tecnicamente a disposición de intereses particulares, siendo asi, que la justicia, es un reflego de la divinidad en la tierra, sembrado y resguardado ("todavia") en algunos buenos corazones. lo justo es lo mas sublime de los sentimientos del ser humano mas allá de las pasiones terrenales, la justicia es el premio de aquel q persigue y trabaja en lo bueno.