El obispado de Ourense, España, ha obligado al sacerdote Antonio Fernández Blanco, que compitió y ganó por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) para concejal en A Gudiña, a renunciar a su ambición política o a renunciar a su actividad pastoral.
Los vecinos de la localidad se manifestaron en contra del vicario que fue enviado para sustituir en el trabajo parroquial a Fernández Blanco, simpatizante de la Teología de la Liberación; argumentan incluso que hubo párrocos propuestos por el Partido Popular (derechista) que también ganaron elecciones y que no se les ha retirado de sus labores pastorales.
Las leyes españolas permiten algo que en México, por fortuna sigue prohibido. ¿Por qué sería funesto que los que pertenezcan al estado clerical pudieran acceder a cargos públicos en México? Nos centraremos en el clero católico, y nos centraremos en por qué sería desafortunado para la propia Iglesia.
1) El Código de Derecho Canónico, en su artículo 285, párrafo tercero, expresa: “Officia publica, quae participationem in exercitio civilis potestatis secumfereunt clerici assumere vetantur”. “Les está prohibido a los clérigos aceptar aquellos cargos públicos que llevan consigo una participación en el ejercicio de la potestad civil”.
Así las cosas, la actual prohibición en México va en consonancia con la regulación canónica (que utilizó el obispo para no dejar a Antonio Fernández asumir su cargo y conservar su trabajo pastoral). Consideramos muy adecuada la doble prohibición, para evitar cualquier tentación de quererle dar la vuelta a las normas de la Iglesia y del estado que de forma libre adoptan los sacerdotes.
2) La jerarquía eclesial, lejos de ser monolítica y cohesionada, tiene bastantes fuerzas internas; entre conservadores y liberales; clero secular y regular; y dentro del regular, las órdenes más progresistas y las más tradicionalistas; y aún dentro de las mismas órdenes, corrientes más liberales que otras. La posibilidad de luchar por cargos de elección popular podría llevar a un enfrentamiento con más encono entre distintos sectores eclesiales; en otras palabras, ahondaría las divisiones subyacentes.
3) El trabajo del clero es especializado y no puede ser cubierto con facilidad; desde lo etéreo de la administración de sacramentos (sin hablar de su realidad o no: es algo que aún gran parte de la población requiere), hasta la devoción a programas sociales sin recibir una remuneración de los beneficiarios. Que el poco clero que existe se distraiga en una contienda política dejará aún más huecos y lo alejará de atender precisamente a aquellos a quienes la política no ha alcanzado (como los pueblos indígenas).
4) Ahora resultaría que el matrimonio es más dañino para el clero que el que entren de lleno a la política…
5) El poder tan amplio que podrían alcanzar torcería y pervertiría aún más las obras de la Iglesia; plagada de males, como abundante en bienes, no le haría ningún beneficio mezclarse con total reconocimiento con la fuente de gran parte de los males que combate, es decir, el abuso de los gobernantes. Debe tratar con el poder, porque no cabe pensar en una Iglesia ciega a los factores reales del mundo, pero no puede ella acomodarse en dicho poder; esa es una lección que aún le queda por aceptar, y el que pueda participar en la política sería un retroceso en la vida espiritual de la propia jerarquía eclesial: el sitio privilegiado es la antípoda de lo que la Iglesia debe aspirar.